Seguramente nos hemos dado cuenta en más de una ocasión del modo de comportarse algunas personas cuando están entre amigos. Con frecuencia suena la risotada falta de consistencia, porque hay que quedar bien ante el “chiste” del amigo. Otras veces somos conscientes de que lo único que hay es exceso de licor. Y el que juzga es, con frecuencia, porque él también está bajo la influencia del alcohol.
Alguna vez habremos considerado qué distinto es un ambiente de alegría, inmerso en un clima de paz, al ambiente de juerga posterior a comida con amigotes. Y quizá hemos visto que algunos de nuestros amigos necesitan beber para “estar alegres”, lo cual no deja de ser triste.
Ya escribía de estos temas Lewis en uno de sus libros más famosos: “Las cartas del diablo a su sobrino”: “Yo distingo (habla el diablo) cuatro causas de la risa humana: la alegría, la diversión, el chiste y la ligereza. Podrás ver la primera de ellas en una reunión en vísperas de fiesta de amigos y amantes. Entre adultos, suele usarse como pretexto el contar chistes, pero la facilidad con que las mínimas ingeniosidades provocan, en tales ocasiones, la risa, demuestra que los chistes no son su verdadera causa. Cuál pueda ser la verdadera causa es algo que ignoramos por completo. Algo parecido encuentra su expresión en buena parte de ese arte detestable que los humanos llaman música, y algo así ocurre en el Cielo: una aceleración insensata en el ritmo de la experiencia celestial, que nos resulta totalmente impenetrable”.
No hay que olvidar que cuando Lewis escribe estas palabras las está poniendo en boca del diablo en el capítulo XI de su célebre libro. No deja de ser importante ser conscientes de que el diablo no sabe nada de la alegría. No entiende de qué va eso. Podría incluso acercarse al concepto mismo, porque no es tonto, pero no tiene experiencia. Ninguna experiencia, porque es enemigo de Dios.
Y con cierta frecuencia, en reuniones de amigos, en bodas -donde abunda la variedad de alcoholes- en un aperitivo en el bar de la esquina, notamos que algunos no saben lo que es la alegría. A veces nos da pena esa consciencia de que están muy lejos de la alegría, porque esta solo se encuentra en la vida íntegra, en la cercanía de Dios, en la confianza en la gracia. En la oración. Entonces, sin risotadas, uno tiene una paz interior que nada tiene que ver con el grado de alcohol, ni con un chiste, aunque tampoco sean incompatibles.
Cualquiera que es realmente feliz, porque está cerca de Dios y tiene la conciencia tranquila, puede disfrutar y disfruta de la compañía de los amigos, y de una cerveza fría, y se ríe a gusto de un buen chiste. Pero también es feliz sin la cerveza ni el chiste.
Es algo palpable en cualquier reunión, en el ambiente de trabajo o incluso simplemente observando a la gente por la calle. Ya no digamos cuando un amigo te cuenta las discusiones que tiene con su mujer con cierta frecuencia. Se nota la ausencia de esa paz que da la cercanía de Dios y de la que no sabe nada el diablo del libro de Lewis. Es lógico, en ese libro, en que el protagonista es el demonio, que no se pueda saber nada de la auténtica felicidad. Pero es más penoso comprobar que en nuestra vida cotidiana tenemos a veces la misma experiencia.
Es la diferencia del ambiente cristiano de los países sudamericanos: son más pobres y son más felices. El ambiente de los africanos cristianos. En cambio, vemos la pobreza espiritual de los países ricos, sobre todo en Europa.
Ángel Cabrero Ugarte