La diputada socialista holandesa
Marjo Van Dijken acaba de proponer en el parlamento de su país que el Estado
pueda considerar que una mujer no está preparada para tener hijos e imponerle
la anticoncepción forzosa. En principio, los siempre bienintencionados
políticos dicen que es para proteger a nuevas criaturas de futuros malos padres.
O sea, que la maternidad es una mera concesión administrativa.
Al mismo tiempo que leo esa
horrible noticia me cuentan una anécdota de niños de las que me gustan y me
hacen pensar. Un padre me dice que su hijo de nueve años, a la vuelta de una
librería, exclama con un suspiro en forma de pregunta retórica: "¿qué sería del
mundo sin libros?". El padre le contesta enseguida que el mundo sería aburrido
y el niño afirma con la cabeza. Sus hermanos, que han oído la conversación
meten baza. Uno de ellos, el mayor, sin pensarlo dos veces dice seguro: "habría
menos Zapateros". El padre sigue la retahíla de cosas que no habría: no
podríamos contar cosas bonitas, nuestros sentimientos, nuestros conocimientos,
no aprenderíamos, no sabríamos las cosas pasadas, ni las ideas de los demás,
etc.
La coincidencia en el tiempo de
la noticia y de la anécdota es casi providencial. Efectivamente, iniciativas
totalitarias como la holandesa es cuestión de tiempo que se impongan en el
resto de Occidente si seguimos esta cuesta abajo de valores, ideas, cultura y
pensamiento crítico.
Esta noticia pasará inadvertida
en los medios de comunicación seguramente porque no interese, seguramente
porque es de una inhumanidad y una injusticia manifiesta, pero que nadie se
atreve a discutir porque sería inmediatamente tachado de reaccionario. El
Estado todopoderoso nos garantiza la vida por medio de concesión administrativa
a nuestras madres, nos educa, nos dice lo que tenemos que comer, el ejercicio
que tenemos que hacer, cómo debe ser nuestra vida sexual, qué debemos creer y
lo que no, y, por supuesto, nos adelantará el fin de nuestros días para que la
sociedad no nos aguante cuando seamos nada más que un estorbo.
Sin sentido crítico, como el de
esos niños de nueve y diez años, jamás actuaremos en libertad. Sin conciencia
de nuestra dignidad, jamás podremos ser felices ni vivir en sociedad. Si al
leer una noticia tan espeluznante como esa no sentimos un golpe en el pecho y
una llamada a la rebeldía es que en nuestro interior hemos perdido la batalla y
hemos entregado ya nuestro ser personal al totalitarismo.
Carlos
Segade
Profesor
del Centro Universitario Villanueva
Para
leer más:
Martínez
Priego, Consuelo:
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Richard M.: Las
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