La idea de que los Estados Unidos es un país excepcional es bastante antigua. El primer gobernador de la colonia de la bahía de Massachusetts, John Winthrop, declaró en 1630, ante sus conciudadanos "seremos como una ciudad sobre una colina, la mirada de todos está sobre nosotros". Está convicción, proviene de los Padres Fundadores que pensaban que los Estados Unidos son una nación providencial, aquella cuya consagración a la libertad y a la dignidad de la persona sienta las bases para un mundo nuevo y mejor.
Los Fundadores creían que los estadounidenses evitarían la decadencia y degeneración de los regímenes políticos anteriores, ya que la nueva nación sería moralmente superior a cualquiera que hubiera existido antes, y que esa moralidad serviría de fundamento a su orden político.
Hoy tenemos la idea de que todo eso, o gran parte de ello, se ha ido a pique y que ese idealismo ha resultado ineficaz ante la realidad y crudeza del mundo actual. En el terreno político la moralidad parece haber dado paso a un simple moralismo y al oportunismo político. Sin embargo, aunque el futuro de los Estados Unidos tal vez sea más incierto que nunca, aun existen algunos perdurables valores e incluso una importante veta de idealismo. Esa reserva espiritual, esa veta es la que ha sabido explotar, en parte, Donald Trump.
El hecho de que prácticamente todos los pronósticos y encuestas dieran, hasta el último momento, como ganadora a Hillary Clinton demuestra que los sentimientos profundos que mueven los corazones de los ciudadanos de cualquier nación a la hora de decidir sus preferencias electorales, o en cualquier campo de la vida, no se manifiestan normalmente de forma explícita.
A pesar de sus excesos verbales, de su racismo manifiesto o de su actitud impresentable respecto a las mujeres; Trump ha conseguido, con su oposición al sistema establecido, ilusionar a parte del pueblo americano, que le ha creído cuando le prometía el resurgimiento del papel excepcional que debe jugar la nación americana en el panorama internacional y les ha ilusionado con una sociedad mejor y con más oportunidades laborales, aunque sea a costa del sacrificio de los que él ha denunciado como ilegales.
Otra parte del pueblo estadounidense ha detestado la figura de Clinton por las sospechas fundadas de corrupción que pesaban sobre ella y su clara incardinación dentro del establishment o élite política dominante, continuadora de la era Obama, que ha difuminado, en parte, el papel dominante de la "gran nación americana".
Por otro lado, pueden haber resultado negativas electoralmente algunas de las afirmaciones de Hillary Clinton, como su promesa de dotar con cuantiosas ayudas a Planned Parenthood, la mayor patronal del aborto.
Para Hegel los Estados Unidos fueron siempre la encarnación de la modernidad, "la tierra del futuro... la tierra del deseo para todos aquellos que están cansados del histórico cuarto trastero de la vieja Europa". Donald Trump, con su radical proteccionismo y su distanciamiento de los planteamientos de la Unión Europea, ha conseguido reafirmar de nuevo en los corazones de sus potenciales votantes la ilusión del sueño americano, y la posición preponderante de los Estados Unidos de América en el contexto internacional.
Juan A. Alonso
Vicepresidente de “Solidaridad y Medios”.