En una edición reciente se pueden encontrar las dos célebres apologías de Sócrates, de Platón y de Jenofonte. En la primera encontramos a un atentísimo discípulo, presente en el juicio por el cual se condena a muerte a su maestro describiendo, lo más fielmente posible, la defensa del maestro, su aceptación de la sentencia y sus últimas palabras antes de que se produzca la ejecución. Jenofonte escribe por lo que le cuentan algunos testigos y lo que le dicta su admiración de alumno. En ambos casos encontramos unos textos extraordinarios que muestran la personalidad del gran maestro.
Sócrates es un hombre honrado y un hombre sabio, pero no solo eso, es un maestro, se siente llamado por “el Dios” para ayudar a todas las personas que en Atenas quieran oírle. Le acusan, en aquel juicio siniestro, de haber pervertido a los jóvenes y él no tiene otra cosa que mostrar que su preocupación por que todas las personas encuentren la sabiduría, sean conscientes de que significa honradez, lo que supone hacer el bien.
Advierte a sus acusadores de que no ha querido mantenerse en la vida política pues le hubieran condenado a muerte mucho antes, al decir en público cosas tan opuestas a las que dicen la mayoría, sin duda le hubieran echado de un modo o de otro. Por eso todo su afán es acceder a cuantos deseen escucharle.
Como no podía ser de otra forma, me ha venido a la cabeza el mundillo político de nuestro entorno. No quiero opinar de política. Me molesta enormemente cuando un obispo se sale con una opinión política, so capa de moralidad. Al contemplar la personalidad de Sócrates me daba un poco envidia porque tengo la impresión de que necesitamos más honradez en ese gremio. Sé que hay políticos con una rectitud a prueba de bombas, estoy seguro de que algunos se están dejando a jirones su buena fama por servir a España, porque siempre habrá incomprensiones. Pero también nos hemos acostumbrado a ver como muchos se han introducido en la vida pública para medrar, para enriquecerse.
No podremos dudar de que algunos, o incluso muchos, comenzaron con un buen afán de servicio, pero parece claro que el poder corrompe, que es muy fácil enriquecerse mucho con pequeñas trampas en la administración pública, que es muy fácil repartir favores que redundarán en beneficios. Nunca digas de esta agua no beberé, porque debe ser difícil mantenerse limpio.
Por eso me llama la atención la actitud de Sócrates, que prefirió salirse de ese ambiente del poder para servir a los atenienses sin apoyarse en él, sabiendo que esa vida le habría acarreado muchos problemas. Es verdad que no es cuestión de quitarse de en medio, que la sociedad necesita gobernantes, pero quizá habría que advertir al político novel que se palpe las ropas, que calcule si será capaz de mantenerse íntegro. Ahora lo que se hace es pedir la publicación de las pertenencias de cada persona, para detectar enriquecimientos, pero si falta honradez sobran estratagemas.
No nos queda más que agradecer a tantas personas que se dedican a servirnos, a gobernar, pero también estamos deseando una clase política que no se apegue a los beneficios, del tipo que sea, que sean suficientemente generosos como para ganar lo mismo que ganan otras personas en sus oficios.
Ángel Cabrero Ugarte
“Apología de Sócrates”, Platón/Jenofonte, Rialp 2015
Comentarios
De acuerdo y añado unas
De acuerdo y añado unas palabras del Papa Francisco como contrapunto de la opinion generalizada contra los políticos, al decir que la política es una forma alta de vivir la caridad. Vale