Más que la fecha, lo importante de mi nacimiento son las circunstancias: el lugar y el ambiente. Barcelona es una ciudad inigualable. Las modestas alturas del Tibidabo me parecen como un símbolo de todo el mundo: desde allí, arropado por los bosques de Collserola, uno contempla el mar en el horizonte, mientras las sobresalientes torres de la Sagrada Familia dan fe de las maravillas que el hombre es capaz de realizar cuando asume la misión que le asignó el Creador. Pero ¿quién será capaz de decir lo que significa ser el cuarto de once hermanos? Sólo este dato ya basta para dejar insinuada la heroicidad de unos padres generosos hasta el extremo. ¿Quién podrá señalar hasta qué punto puede forjar la personalidad de uno? No tengo nada mío; y todo lo que tengo y he aprendido lo debo a Barcelona y a mis padres. Gracias a ellos estudié donde estudié, y encontré relativamente pronto la pasión por la buena literatura. En mi familia hay muchos abogados y juristas, y eso contribuyó a que estudiara Derecho y después ejerciera dos años como abogado; aprendí muchas cosas en esta etapa de mi vida. Durante aquellos años compaginé mis estudios, y después mi profesión, con la colaboración en asociaciones dedicadas a la educación durante el tiempo libre, con actividades relacionadas con el deporte y la cultura. Varias circunstancias me llevaron a dedicarme a tiempo completo a esta actividad. Duró un año, un año inolvidable, mi etapa como profesor en el mismo colegio donde estudié. Después, en septiembre de 2008, la vida me trajo a Roma, la Ciudad Eterna, cargada de historia y de presente. Estuve cinco años viviendo allí, y en junio de 2013 me trasladé a Pamplona, donde he estado estudiando y trabajando durante el último curso. En junio de 2014, vuelvo a Sant Cugat del Vallés, una población cercana a mi ciudad natal, donde crecí desde los 10 años hasta los 18.
Josemaría Carreras