Poeta lírico griego nacido en Cinoscéfalos, lugar cercano a Tebas (Beocia), en agosto del 518 a. C.
Era de familia noble; hijo de Pagondas o Pagónidas y de Cleódice; hermano de Erotión o Eritimo; esposo de Megaclea y padre de Daifanto, Protómaca y Éumetis.
Cuenta la leyenda que, como presagio de las futuras aptitudes del niño, una abeja hizo el panal en su boca mientras él dormía.
Aprendió a tocar la flauta con su tío Escopelino y fue alumno en Atenas de los músicos Agatocles y Apolodoro. Con tales conocimientos descolló pronto en la composición de odas triunfales para los vencedores en los juegos griegos.
En el 498 a. C. escribió la primera, X Pítica, para el tesalio Hipócleas. En el 490 a. C. se relacionó con Jenócrates, hermano de Terón de Acragante, para quien compuso la VI Pítica en celebración de su triunfo con carro en los juegos de Delfos, y dedicó la XII Pítica al flautista Midas de Acragante, vencedor en el concurso musical délfico.
A los a. 490-480 corresponden la VII Pítica, las II, V y VII Nemeas (en ésta se dan excusas a los eginetas, molestos por el relato de la muerte de Neoptólemo en el VI Peán) y la XIV Olímpica; al 484 a. C., la VI ístmica; a los años inmediatamente posteriores a la segunda Guerra médica, las III-V y VIII ístmicas.
En el 476 a. C., Pindaro asiste a las fiestas olímpicas; allí escribe la XI Olímpica para Hagesidamo de Locros, vencedor del pugilato infantil; envía luego a Terón la II Olímpica, destinada a celebrar su triunfo en los carros; y se traslada más tarde a Siracusa, donde, huésped de los tiranos, asiste a la ejecución de la 1 Olímpica para Hierón, vencedor en las carreras de caballos, y la III Olímpica para Terón.
Dedica a éste también un encomio (frs. 118-119) y otro a Trasibulo, hijo de Jenócrates (fr. 124), y compone la I Nemeas para Cromio, cuñado de Hierón. Entre el 475 y el 471 a. C. escribe la IX Nemeas, también para Cromio; hacia el 475 a. C., la III Nemeas; en el 474 a. C. regresa a Grecia.
Envía la X Olímpica al mencionado Hagesidamo y compone las IX (magnífica) y XI Pítica, un ditirambo para Atenas (fr. 76) y la 111 Pítica, que intenta consolar a Hierón en la enfermedad que padece. En el 473 a. C. produce la IV Nemeas; en el 472 a. C., la 11 ístmica; en el 471 a. C., la II Pítica, dedicada también a Hierón; en el 470 a. C., la extraordinaria I Pítica, para el triunfo de éste en las carreras olímpicas de carros, y la XII Olímpica; en el 468 a. C., la VI Olímpica, muy bella; en el 466 a. C., la IX Olímpica; en el 464 a. C., las VII y XIII Olímpicas, y un encomio a Jenofonte de Corinto (fr. 122); en el 463 a. C., el IX Peán, motivado por un eclipse de sol, y las VI y X Nemeas, y tal vez también el II Peán; en el 462 a. C., las IV (muy larga y hermosa) y V Píticas para Arcesilao, rey de Cirene; en el 460 a. C., la VIII Olímpica, y poco más tarde la VIII Nemeas; en el 458 a. C., la I ístmica y el IV Peán; en el 456 a. C., probablemente la VII ístmica; en el 456 y 452 a. C., las V (posiblemente no auténtica) y IV Olímpicas, ambas para Psaumis de Camarina; la XI Nemeas y la VIII Pítica son las últimas odas pindáricas que conocemos.
Se cuenta que Pindaro murió a los 80 a. en Argos y fue sepultado en el hipódromo de Tebas. Aristófanes de Bizancio dividió su obra en 17 libros, 11 religiosos y seis profanos: Himnos, Peanes, Ditirambos (dos), Prosodios (dos), Partenios (tres) e Hiporquemas (dos); y Encomios, Trenes y los cuatro de Odas, todo ello coral. Solamente conservamos (en muchos manuscritos, lo cual prueba el gran aprecio en que se las tuvo, y realmente son lo mejor de P.) las Odas: Olímpicas; Píticas, para los vencedores de los juegos de Delfos; Nemeas, de Nemea; e ístmicas, del istmo de Corinto (éstas incompletas, pues de la IX, y pudo haber más, no se ha salvado más que un trozo).
Además, por medio de los papiros o de otros autores nos han llegado restos de 22 Peanes, cuatro Ditirambos (el II, para los tebanos, titulado Descenso de Heracles a los infiernos o Cérhero); dos Partenios (el II, para el santuario tebano del héroe Ismeno); y siete Trenos, con fragmentos sueltos hasta un total de 332 seguros y 27 dudosos (entre ellos el 169, siempre muy citado en su principio, conocido desde antiguo, La ley, reina de todos los mortales e inmortales, que los nuevos hallazgos han permitido relacionar con otra hazaña de Heracles; también son notables los 29-35, de un himno a Zeus compuesto para los de Tebas).
Las odas que están compuestas para personajes de todas las partes de Grecia (abundan las dedicadas a naturales de Egina, isla muy querida por Pindaro), son bellísimas; en ellas descuella la parte central, que contiene el mito, generalmente expuesto en palabras parcas, pero de sublime hermosura. Es notable también la abundancia de sentencias morales, llenas de majestuoso vigor e inolvidables para quien las haya leído siquiera una vez.
Al lado de ellas no producen tan buena impresión los acostumbrados elogios del vencedor y de su familia, inevitables si se tiene en cuenta que se trata de odas escritas por encargo y mediante pago de honorarios. El poeta tuvo fama, no sabemos si merecida o no, de interesado en sus relaciones sociales.
Pindaro hace gala constantemente de sus sentimientos aristocráticos frente a un mundo democrático que se impone, capitaneado por Atenas, y busca refugio en las ya algo anticuadas cortes de los tiranos sicilianos, donde, por cierto, había de sufrir la competencia de sus rivales en el campo de la lírica coral, Simónides (v.) y Baquílides (v.) tío y sobrino respectivamente, a quienes dedica punzantes críticas. En estas cortes contrae gran amistad con los monarcas Hierón y Terón, a quienes, sin adular jamás, alaba, pero también advierte o amonesta.
Desde el punto de vista de su acendrada religiosidad, que le hace rebelarse más de una vez contra las impías leyendas divinas derivadas de Homero y otros poetas, Pindaro observa, en dioses u hombres, los peligros de la hybris, soberbia, que termina por arrojar a los abismos de la calamidad, áte, al que quiere remontarse sobre la medida convirtiéndose así en un dios, cosa imposible para un hombre.
Por otra parte, el poeta, en sus estancias en Sicilia y el Sur de Italia, conoció y se dejó influir por creencias órfico-pitagóricas que, a diferencia de la poco esperanzadora religión tradicional, permitían entrever un futuro de un modo u otro a quienes en vida hubieran practicado la virtud, la areté, que para él no es sólo la buena conducta en sentido actual, sino también la magnificencia, elegancia y sentido deportivo desplegados en la vida y en las relaciones con los dioses. Todo ello desde un punto de vista muy dórico frente a la nueva moral, más pragmática, que los idearios jónicos, triunfantes en su tiempo, venían imponiendo.
El estilo de Pindaro es conciso, pero no está exento a veces de cierta complicación; los procedimientos retóricos usuales se emplean con prudencia y se aprovechan para producir efectos muy personales. Aun así, es difícil imaginarse la maravillosa impresión que debía de producir en los oyentes una obra pindárica, si es que la música (que desconocemos, y de la que únicamente sabemos que se componía de sencillas partituras, en general para lira y flauta) estaba en consonancia con el texto. El dialecto es el de la lírica artificial, con elementos dóricos y eólicos, algún jonismo y escasas particularidades beocias, lo cual no es extraño, pues su vida cosmopolita le mantuvo siempre muy apartado de su ciudad natal.
Píndaro ha sido con razón considerado siempre como el más insigne de los poetas griegos; muy utilizado por la tragedia, lírica posterior y escritores alejandrinos, fue luego calificado de incomparable por Horacio, quien, no obstante, como otros autores latinos, se inspiró en él como fuente y modelo. Desde el Renacimiento, su gran fama le ha mantenido invariablemente en primer plano de alabanzas e imitaciones.