A pesar del dolor de tantas personas que sufren estos días, sigo pensando que vivimos un episodio de belleza profunda y verdadera, aunque la razón humana no pueda entenderlo. No pasa nada, no es necesario entender todo para intuir el valor de las cosas. No es necesario entender todo.
La belleza profunda de nuestro hoy no es ni mucho menos la belleza material que los hombres hemos inventado, que es bellísima en algunos casos (valga la redundancia), pero se disuelve con facilidad.
Nuestro hoy —en gran medida— está sujeto a cosas esenciales, lo estamos viendo. Lo esencial late con fuerza gracias a Dios: está. Sin embargo, el orden y la estructura de vida inventada por los hombres se ha frenado en seco: no era tan imprescindibles como parecía. Puede esperar.
Estos días pienso muchas cosas.
Pienso en Mongolia, en mis amigos mongoles que tienen miedo y pocos medios.
Pienso en China que me ha dado tanto.
Y pienso el las disciplinas del arte, en el verdadero sentido del arte.
Hoy, 26 de marzo, hace justo un mes que se inauguró en los pabellones de IFEMA la feria de arte contemporáneo ARCO.
Hoy, en estos momentos de quietud y recogimiento, me pregunto qué sería de la humanidad sin la expresión del arte: sin el don de algunas personas para crear y la capacidad de todos para emocionarnos y ser permeables a su expresión, a su mensaje profundo, a aquello que nos ayuda a vivir plenamente, que nos pone en el camino para trascender, para despegarnos de lo prescindible.
Las disciplinas del arte nos acompañan, nos alivian, nos forman intelectual y espiritualmente, y nos acurrucan incluso cuando aparentemente apenas tenemos un hilo de vida.
Pero me refiero a lo esencial del arte, a la cualidad de la expresión artística que apela a las entrañas del espíritu.
Hoy 26 de marzo de 2020 en los pabellones de IFEMA hay otra cosa.
Aquél 26 de febrero llegaban al recinto ferial riadas de personas ataviadas con una indumentaria exquisita: preciosos abrigos, bolsos y zapatos. Lo más glamuroso del mundo del arte se paseó por los pabellones de IFEMA. Se compraba y se vendía arte con la certeza de que esos días el epicentro del mundo estaba allí; que aquello era lo más importante. Que alternar unos con otros —congratularse por el éxito (del mercado del arte)— era lo más adecuado, lo que tenía más sentido en ese momento.
Hubo poca presencia de galerías de Asia. Mi querida China (porque la quiero de verdad), en esos días de febrero agonizaba, ¡agonizaba!
Hoy en los pabellones de IFEMA hay otra cosa.
Un mes después —justo un mes después— llegan al recinto ferial riadas de personas: sin abrigo, sin bolso, sin zapatos.
¡Qué poca cosa somos!
No hay que reprochar nada. Al contrario, me digo esto y pienso esto porque es precioso (y preciso) que los que fuimos a ARCO aquel día, reflexionemos.
Que esta experiencia nos purifique, nos ayude crecer, a ser mejores personas, a procurar con nuestra pintura o escultura algo más: sin tonterías, sin frivolidad, sin excesos, sin vanidad.
Lo verdaderamente importante está hoy en los pabellones de IFEMA.
Lo verdaderamente importante reside en lo que hoy es IFEMA.
Caridad. Cobijo. Consuelo.
Auxilio. Amparo. Ayuda.
Fe. Perdón. Entrega.
Lourdes Castro Cerón