Los Reyes Magos probablemente no eran reyes ni tampoco magos sino sacerdotes-astrólogos seguidores de la religión persa de Zoroastro. No son seres míticos sino hombres reales, de carne y hueso, que llegaron después de un largo viaje a reverenciar a un Niño, también de carne y hueso, nacido en Belén. No lo encontraron en una cueva porque José había buscado con diligencia una casa sencilla para albergar por una temporada a la Sagrada Familia: su responsabilidad primera y su misión en la vida, tal como le manifestó el ángel. No fue una ensoñación subjetiva en el duermevela, como señalaba una guía pastoreando a un grupo de orientales ante un belén napolitano, adhiriéndose con fervor a las viejas teorías de la desmitificación y contaminándoles de escepticismo.
¿Por qué no leer sin prejuicios y si es posible con fe el relato de Mateo que habla de “un ángel del Señor que se le apreció en sueños”, expresión que en la Biblia se refiere a verdaderos mensajes del cielo dirigidos a personajes elegidos como Jacob, Elí, Samuel, o José? ¿Por qué la manía de excluir de entrada la posibilidad de intervenciones divinas en la historia, o de milagros reales obrados por Jesús y sus apóstoles en su nombre?
Aquellos Reyes Magos de oriente eran buscadores de la verdad siguiendo sus creencias religiosas y sus principios científicos, valiosos aunque hoy nos parezcan elementales. No olvidemos sin embargo que las matemáticas, la geometría, o la astronomía fueron descubiertas por hombres geniales siglos antes de la venida de Jesús al mundo. Y por supuesto antes de estos sesudos científicos descreídos modernos. La ciencia de aquellos se armonizaba naturalmente con su religión y no veían ningún conflicto entre razón y fe, a diferencia de lo piensan hoy día algunos científicos y multitud de superficiales que cumplen a la letra aquello de que la poca ciencia aleja de Dios mientras que la mucha ciencia lleva a Dios.
Los Reyes Magos de oriente dejan una huella luminosa en la historia del hombre que se reconoce criatura de Dios y le adora con sencillez. Encuentran así el fundamento último de la dignidad humana, esa que estamos perdiendo, que lleva a descubrir en el prójimo a los hijos de Dios. Un universitario debe saber que esa apertura de mente y ese corazón sencillo no se enseña en las aulas sino en la cercanía de Dios. Este es el gran regalo que nos dejan estos Reyes Magos para este Año 2015.
Jesús Ortiz López