Al abrir un libro me pregunto
¿qué me aportará? Deseo crecer de la mano del autor que
presenta ante mí unos personajes, una sociedad, un mundo para
compartir…, un mensaje.
Los clásicos, no importa
la época, nos presentan un ideal humano con sus valores, sus virtudes
(ahora no se quiere ni nombrar la palabra), los avatares de unos personajes que
se afanan por vivir una vida lograda, aunque en ocasiones no lo consigan o se
queden en el camino; su empeño por ser hombres y mujeres que, inmersos
en un ambiente, en una época, se afanan por vivir una vida digna de ser
vivida…; una sociedad –la suya-, un mundo que con carencias,
incluso con errores, es susceptible de arropar una existencia con sentido.
Lo hacen, en ocasiones, con un
lenguaje crítico y no sin un cierto matiz
style='mso-spacerun:yes'> de denuncia, pero con señalado
acento sobre aquello que ha de hacerse más humano, y resaltando aquellos
aspectos que lo hacen digno de vivirse de acuerdo con la dignidad de la
persona.
Es triste reconocerlo pero, en la
actualidad, son raras las obras que destilan ese poso que nos ayuda a ser
más hombres; que nos levantan por encima de las miserias humanas; que
ofrecen un horizonte esperanzado, presentando un ideal que nos dignifique.
Por contraposición
plantean una perspectiva llena de dudas, desencantos, sin argumentos
válidos para afrontar una vida lograda, y con una carencia total (aunque
sea dura la palabra) de ideales, llenos de ambigüedades ante las preguntas
trascendentales que todo hombre, más o menos explícitamente, se
plantea y en una dirección u otra resuelve: Dios, el hombre, el mal, una
sociedad justa, etc.
Sencillamente se complacen en
ofrecer un ideal donde lo humano consiste en enfangarse en las pasiones
más bajas, justificándose a sí mismos, haciendo creer que
es progreso, madurez de una sociedad que se ha liberado de viejos
class=SpellE>tabús. Presentan una vida
desordenada, donde la felicidad –falsa felicidad de la que ellos mismos
salen hastiados-, consiste en revolcarse en el cieno de los instintos humanos.
Y lo hacen con una pretendida naturalidad, que no deja de asombrar, haciendo
alarde de que lo verdaderamente humano es la degradación más
abstrusa.
Una obra de arte requiere una
armonía, un equilibrio entre la forma, la dicción y lo que
expresa. No basta el oficio para obtener una obra acabada. Por esto, muchas de
las obras actuales, a las que nos hemos referido, no deben recomendarse a pesar
de su corrección formal; y menos aún, porque un marketing
desaforado trate de imponerlas en el mercado; acaparen premios literarios, o
estén en el ranking de los libros más vendidos.
Luis Corazón
Licenciado en Ciencias
Físicas
Consultor de Sistemas de
Información.