Muchas veces advertimos que el arte no camina de la mano de la fe cuando en verdad son dos caminos convergentes. Sin embargo hay muchas expresiones artísticas en el pasado y en el presente que muestran el arte como aliado de Dios. Bastará recordar la música, desde el canto gregoriano hasta las creaciones contemporáneas de Boulez o incluso de Malher, y sin olvidar el barroco impresionante. Respecto a la pintura basta acercarse a los museos del mundo para comprobar que sus principales obras tienen contenido explícitamente cristiano. De escultura hasta los menos cultivados pueden hablar de las imágenes artísticas que pueblan las catedrales y templos del orbe. Y de arquitecturas levantadas para perpetuar la fe cristiana no hace falta hablar. Por tanto, el arte expresa la fe y con frecuencia lleva a Dios.
El artista Marko Rupnik es bastante conocido por los mosaicos modernos con inspiración oriental que ha instalado en muchos templos, iglesias y catedrales, como la de Madrid o la Redemptoris Mater en el Vaticano. Ha publicado recientemente un libro titulado «El arte de la vida» para exponer sus vivencias y reflexiones sobre el arte como camino privilegiado para encontrarse con Dios. Utiliza el recurso de un diálogo entre una mujer neurocirujana creyente, Natasha, y el monje Boguljub, un hombre de Dios con experiencia de la contemplación y de la belleza. Preguntas y respuestas, reflexiones e intuiciones se mezclan en estas páginas para descubrir la belleza de lo cotidiano que revela los misterios de Dios y del hombre.
Con esta perspectiva el monje muestra a la joven científica el significado del vestido, la moda, o la identidad de la persona. Y antes los protagonistas han dialogado sobre la habitación, el hogar: el espacio humano que revela el lugar del corazón. Estos capítulos centrales vienen precedidos por el primero “Educar y formar”, sobre creatividad y visión, los símbolos como unidad de dos mundos, o el ojo espiritual que capta la unidad de la comunión. Y titula el segundo “La imaginación” dedicado a la “imagen" indispensable para la vida espiritual y la purificación de los sentidos. El último capítulo, con el que acaban las reflexiones del monje Boguljub con Natasha, trata de la conversión de la mente, de la inteligencia espiritual y del espacio de lo sagrado en torno a la Eucaristía.
Quien contempla los mosaicos de Rupnik, mejor si los vive en el ámbito sagrado de una capilla o un templo, comprenderá entonces que la belleza serena y devota introduce en la intimidad de Dios. Constituye toda una lección amable sobre el sentido de la belleza que reclama la sensibilidad de los ojos, de la imaginación, y de la inteligencia espiritual para disfrutar de la vida como anticipo de la plaza de oro del Apocalipsis.
JOL