Veo jóvenes chinos manifestándose contra Japón por haber
comprado a sus dueños privados unas islas cercanas al continente. Nada extraña
que presionen para conseguir sus intereses, ni que las autoridades aticen el
nacionalismo, como medio para que el pueblo olvide otros problemas más graves.
Lo que llama poderosamente la atención es que esos jóvenes porten carteles con
la imagen deificada de Mao Zedong.
Probablemente no conocen la historia reciente de su pueblo
milenario, cuando Mao hizo de China una inmensa cárcel para ochocientos
millones de habitantes. Esto parece una exageración o una empresa imposible
para las fuerzas humanas, pero este personaje lo consiguió con paciencia
oriental. Esos jóvenes, y otros adultos, no habrán leído el relato
escalofriante titulado "Cisnes Salvajes" de la autora Jung Chang.
Como es sabido, no se trata de una novela de ficción sino de
la realidad vivida por tres generaciones de chinos, en las personas de Xue Zhi-heng, Den-hong, y Jung Chang, abuela,
madre e hija, respectivamente. La imaginación no podría inventar una opresión
más terrible, métodos más eficaces para atemorizar a la población, y atizar la
violencia permanente del "todos contra todos", dejando cada pueblo, barrio y
casa en manos de la Guardia
roja durante la Revolución
cultural. Y mientras tanto Mao era
venerado como un dios terrenal, o incluso celestial, porque siempre hacía el
bien. Digo que esa terrorífica empresa excede a las fuerzas humanas pero no a
las diabólicas. La historia debería ser maestra de la vida.
Cisnes salvajes
denuncia
Algunos consideran esta obra como capital para entender
China en el siglo XX y en el XXI. La autora ha vivido intensamente penalidades,
habituales en China, aceptándolas con estoicismo hasta que fue descubriendo la
gran mentira de Mao y del Partido Comunista. Sobrecoge el relato pormenorizado
de tantos sufrimientos, primero con los grandes terratenientes del siglo XIX y
XX, con los belicosos japoneses, con el Partido Comunista, y con Mao. El
Partido se presentó como salvador contra los anteriores tiranos autónomos y los
extranjeros japoneses. Y de hecho contribuyó a que hubiera un orden y una
relativa igualdad, aunque sin asomo de libertad, hasta límites increíbles.
Los chinos son un pueblo acostumbrado a pasar hambre siempre
y están entretenidos en sobrevivir con menos de lo mínimo. No tenían tiempo
para pensar en libertades.; y parece que todavía muchos millones siguen en esa
línea. Juan Chang pasó también mucha hambre -a pesar de ser hija de funcionarios-, y padeció
los sufrimientos y torturas de sus padres al caer en desgracia. En esta obra
ella describe la brutalidad de la Revolución Cultural
a cargo de la Guardia
Roja, integrada en su mayoría por jóvenes ignorantes,
agresivos y sádicos.
El lector tiene ante sí un relato inmenso y fuerte, en letra
pequeña que pone a prueba su paciencia, pero difícilmente encontrará un libro
mejor para entender el porqué de China, y la esperanza que puede haber ahora
por más contacto con Occidente. En el fondo puede ver qué pasa a un gran pueblo
que todavía el cristianismo y por ello la dignidad de la persona humana.
Jesús Ortiz López