Charlando
con un amigo –historiador, hombre culto- repasábamos las últimas lecturas,
obras actuales que llevan el marchamo de buena literatura, obras
representativas de la cultura actual, la literatura como reflejo del
pensamiento. Comentábamos que sí, se daba una esquizofrenia entre el valor
literario de algunas obras y su contenido superficial y de escaso calado
"humano", parece que como si una mayoría de autores modernos tengan poco que
ofrecer. En efecto presentan una idea acerca del hombre triste, superficial,
sin horizonte, sin esperanza que alumbre y de sentido a la vida.
En la
actualidad, en nuestra cultura, parece como si el hombre viviera arrastrando,
muy a su pesar, una existencia no querida en muchos casos; una existencia sin
sentido, donde todo son problemas, donde no tiene carta de ciudadanía ninguna
norma de conducta, porque el fin de esta vida es un sin sentido, un desaparecer
ante el que se siente miedo y trata de maquillarse con ambigüedades.
Paralelamente
en estos autores, representativos de la cultura predominante, actúan de
espaldas, como si Dios no existiera; de hecho, tratan de construir una cultura
donde Dios no tiene cabida, y se descubre que el hombre, dueño de sí mismo, que
presentan es vacuo, sin sentido, su vida es una aventura inútil que pocas veces
merece la pena ser vivida.
La
antropología, la idea de hombre que ofrecen es raquítica, sin fundamento
alguno, sin principios, sin virtudes (para qué), sin finalidad, que se disuelve
con la muerte a la que temen y tratan de silenciar.
Se
comprueba que, en definitiva, del modo más radical, lo que acaba por explicar
la idea de hombre, y su misma vida, es precisamente la idea y la actitud frente
a Dios: la actitud personal de cada hombre y el valor de cada cultura, ya sea
el ateísmo, agnosticismo, una actitud creyente,
o practicante, marca el valor de la vida y la cultura.
La sociedad
actual, laica, se tambalea sin principios, sin capacidad de ofrecer una meta
ilusionante a la vida del hombre. Estamos asistiendo a la muerte del hombre, no
a la muerte de Dios de la que algunos pensadores se han jactado. Si el hombre
es una pasión inútil, su vida no pasa de
ser una burda faena que "alguien" (¿) -Dios no existe-
nos ha hecho dándonos la existencia.
En cambio,
cuando la actitud es de fe en Dios, un Dios personal y cercano, la cultura
revive; el hombre, llamado a hablar con Dios, descubre la alegría de vivir y su
existencia se llena de sentido.
En
definitiva, la idea de Dios, y la postura que se adopte al respecto, marca, en
última instancia, la existencia y la
historia personal y de la cultura: Dios aparece siempre, aceptado o rechazado;
es quien marca y da sentido al hombre. No en vano el santo pensador de Hipona
avisó cuando escribía "no creaste para Ti, y nuestro corazón está inquieto
hasta que descanse en Ti".
Luis
Corazón González