Es indudable que la literatura juvenil configura un universo de magnífica calidad y variedad: de temática, estilo literario, ficción, ambientación, héroes, etc. Recientemente resurge con notable éxito entre los jóvenes –y no tan jóvenes-, un tipo de obras de ficción, acción trepidante y violencia, llenas de imaginación, que con una prosa plana, básica, de la calle, sin pretensiones, que llevadas a la gran pantalla, presentan a sus héroes/heroínas como personas resolutivas, llenas de inventiva y valor para resolver (salvar) problemas, situaciones extremas, tanto en la sociedad actual como en futuros escenarios, y las hazañas realizadas son de vida o muerte.
Junto a sociedades futuras, mundos de ficción, enemigos atroces tanto por su caracterización física como por su maldad, destacan la figura del héroe que con una mentalidad ligera y en virtud de unos principios ambiguos, realizan acciones inverosímiles cagadas de una violencia sorprendente, encaminada a la consecución de un fin, que justifica la aplicación de cualquier medio. La línea divisoria entre el bien y el mal queda señalada con frecuencia por la personalidad del héroe.
¿Es éste planteamiento formativo? Los jóvenes sueñan con grandes ideales, se identifican con el héroe, la imaginación magnifica la acción y viste a los protagonistas como paradigma de hombres, justificando todo comportamiento sin detenerse y sin capacidad de juicio, especialmente cuando lo irregular se viste de heroísmo.
En el mundo clásico también hubo literatura de acción, y literatura de la buena, baste recordar la Ilíada de enorme nivel literario, y alto valor formativo, ¿Qué decir de la Eneida? O en el Medievo, con los libros de caballería, magistralmente criticados por Cervantes en el Quijote; y más recientemente la ficción de Julio Verne, la trepidante acción de Emilio Salgari…, o contemporáneos tales como la Historias de Narnia, o el Señor de los anillos…
Los héroes tenían a gala su relación con los dioses y presentaban un modelo de hombre –también con sus defectos-, nada despreciable movidos por un código del honor, para ellos como pauta moral (humana) de actuación. En la actualidad, a la literatura a que me vengo refiriendo, lo más característico que presentan es una exaltación del super-héroe, por encima del bien y del mal, constituyéndose con su actuación, en ocasiones dudosa, donde todo está permitido, precisamente en árbitros del bien y del mal, creando una mitología fatua y vacía de contenido: un super-hombre que no tiene que rendir cuentas a nadie.
Se identifica equívocamente la violencia con la valentía y el valor, cuando está revestida de crueldad y, con frecuencia, de injusticia, cuando no, como seña indiscutible de hombría, sin considerar que en no pocas ocasiones va acompañada de prepotencia cobarde en situaciones de indefensión, que lo que viene a presentar un carácter débil y agresivo.
¿Qué valores encarna entonces el héroe, y cómo se manifiesta entre los jóvenes? Sólo resta la violencia como característica de autorrealización, de ser más hombre como manifestación de valor y de carácter curtido, que desemboca en una agresividad prepotente cuando no cobarde, amparada con frecuencia en el anonimato del grupo pandillero. De esto ya hay experiencia de agresividad y violencia juvenil.
Luis Corazón