Es penoso tener memoria, saber historia, y tener lucidez. Esta desgracia es en realidad una gracia, el don de vivir en la historia recordando el pasado, criticando el presente y forjando el futuro.
Fahrenheit 451
La famosa novela distópica se ha dado varias veces en la historia por la aversión de los déspotas a la memoria, a la realidad, y a la rebelión frente a lo políticamente correcto, marcado por la manipulación. La escritora Irene Vallejo alude a ello en su ensayo «El infinito en un junco». Trata de la historia de los libros, de las palabras, del abecedario, de los soportes, como el invento del papiro que permitió almacenar palabras y memoria e historia.
Recordemos que esta fábula descrita en la novela de Ray Bradbury se refiere a una época de guerra mundial cuando el triunfador en Eurasia se empeña en quemar los libros porque son memoria necesaria para ser libres, y progresar como humanos. Se queman los libros porque son soportes subversivos que permiten pensar y escapar a la manipulación. La reacción de los fugitivos es guardar los libros y sobre todo aprenderlos de memoria siendo cada miembro disidente un libro o al menos un capítulo. Se han apartado de las urbes y viven como vagabundos en los campos, cerca de vías de tren abandonadas, o junto a ríos no frecuentados, porque los ciudadanos manipulados son atraídos por la televisión que llena las paredes de sus casas, a la vez que son vigilados.
Palabras confinadas
«Confinamiento, nueva normalidad, desescalada asimétrica, izquierda democrática, derecha desestabilizadora, comisión para la reconstrucción, crisis constituyente, hibernación, geometría variable…». Todas ellas y más son productos del neolenguaje que va invadiendo las mentes de los ciudadanos.
Desde hace décadas la ideología de género viene alterando el lenguaje para intervenir en el pensamiento de la gente y en la cultura. Un pequeño ejemplo lo tenemos ahora en la misiva-advertencia del Ministerio de Igualdad, de Irene Montero, a una pequeña empresa por diseñar rótulos para las puertas del dormitorio de los niños. Desaconseja y censura como si fueran sexistas rótulos como: «Aquí duerme una princesa. Aquí duerme un pirata. Aquí duerme un héroe». Todo a partir de una denuncia anónima. Aquí tenemos una muestra de la ideología de género, del Gran Hermano, y de un Estado policial.
Las palabras significan ideas o conceptos que son el gran poder de la mente humana indispensables para pensar y actuar como personas. Cuando los gurús alteran el uso de las palabras están invadiendo las ideas y cambiando la opinión pública, la cultura, y a las personas, que van aceptando un estilo de vida sumiso y aburguesado. Aquello de «pan y circo» es utilizado por algunos poderes para dominar a las gentes, y amordazar la oposición.
1984: novela profética
George Orwell escribió su famosa obra «1984» situando en ese año la nueva sociedad, la nueva normalidad, sometida al poder siniestro del Gran Hermano. No deja de ser penosamente significativo que un programa televisivo bajo ese título haya triunfado en cadenas de medio mundo, utilizando el morbo de la gente para espiar el comportamiento de unos héroes que en realidad son víctimas. Pan y circo actuales.
1984 se refiere a un estado totalitario. Como explica O'Brien, el misterioso miembro de la dirección del partido dominante, el poder es el valor absoluto y único. Todo debe ser sacrificado para conquistarlo y, una vez alcanzado, hay que poner todos los medios para conservarlo a cualquier precio. La vigilancia despiadada de este Superestado se apodera de la vida y la conciencia de sus súbditos, interviniendo en las esferas más íntimas de los sentimientos humanos.
El protagonista Winston lucha en silencio por escapar a la esclavitud mórbida mientras trabaja como funcionario en el Ministerio de la Verdad: cada día tienen que modificar los hechos y las noticias para adaptarlas al neolenguaje impuesto por el partido déspota. Quienes son descubiertos como rebeldes subversivos son vaporizados y desaparecen de la sociedad. La Policía del Pensamiento se encarga de perseguirlos y ejecutarlos.
Las consignas repetidas son: «La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza». Es significativo que esta manipulación necesita destruir el principio de no contradicción, emplear la neológica contra la lógica, deconstruir los hechos, y destruir cualquier verdad.
Está acabando el estado de alarma impuesto frente al coronavirus pero también frente a los ciudadanos. Vamos recuperando movimiento y algunas libertades fundamentales, pero ¿creemos que ahora somos más libres?
Jesús Ortiz López
Ray Bradbury, Fahrenheit 451. Debolsillo 2012