La publicación del libro con

este título es resultado de unas conversaciones de Benedicto XVI con el

periodista Peter Seewald, ya conocido y apreciado por

otros dos libros-entrevista anteriores.

 

Lleva por subtítulo: "El

Papa, la Iglesia y los Signos de los tiempos". De todo ello conversa el

entrevistador con el Papa, que no elude preguntas delicadas para la Iglesia.

 

Benedicto XVI habla de sus

experiencias como hombre, sacerdote, cardenal y Papa, con total sencillez y

humildad. Su cabeza prodigiosa va al centro de los problemas de nuestro tiempo.

Aparecen en este libro la crisis financiera mundial, la necesidad de cuidar la

naturaleza para las generaciones sucesivas, el escándalo de los abusos de

algunos sacerdotes, el ecumenismo, el relativismo moral y religioso que deja

sin asideros a los jóvenes especialmente, la humanización de la sexualidad,

etc. Y en este contexto habla del preservativo. Que haya sido el punto

destacado estos días es una cuestión de oportunidad tomada por algunos y quizá

de mala gestión informativa cercana al Papa.

 

¿Ha dado el Papa un paso

adelante para admitir los preservativos? No. ¿Ha dado acaso un paso atrás?

Tampoco. ¿Ha cambiado la doctrina de la Iglesia sobre el uso de los

preservativos? Nada ha cambiado y todo sigue igual. ¿Qué está pasando entonces?

 


style='mso-bidi-font-style:normal'>Humanizar la sexualidad

style='mso-bidi-font-style:normal'>

 

El Santo Padre sabe que el

preservativo no resuelve la cuestión. Es decir, «la mera fijación en el

preservativo significa una banalización de la sexualidad y tal banalización es

precisamente el origen peligroso de que tantas personas no encuentren ya en la

sexualidad la expresión del amor, sino sólo una suerte de droga que se

administran a sí mismas».

 

En este contexto Benedicto XVI

reconoce que podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo en

personas que se prostituyen, que utilicen un preservativo y eso puede ser «un

primer paso de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de

desarrollar de nuevo una consciencia de que no todo está permitido y de que no

se puede hacer todo lo que se quiere».

 

El Papa ha reconocido en esa

conversación que el preservativo puede ser en algunos casos un paso hacia esa

necesaria humanización de la sexualidad. Pero para nada está hablando de que la

Iglesia lo admita como remedio habitual contra el sida y menos como

anticonceptivo. Tergiversan sus palabras quienes afirman que cambia la

consideración moral del preservativo, dando por supuesto que puede utilizarse

en las relaciones entre novios o en el matrimonio. Parece que algunos se

interesan más por uso lúdico de su sexualidad que por los enfermos de sida. Las

reacciones inmediatas de personajes influyentes, como el Secretario general de

la ONU, indican que hay una fuerte presión ideológica para que la Iglesia permita

el preservativo. Además resultan ineficaces las campañas para distribuir
class=GramE>el preservativos por millones en países africanos y

asiáticos, y utilizados habitualmente por los occidentales, porque no han

conseguido frenar la pandemia. Es más, en aquellos lugares donde se han

desarrollado políticas de abstención, educación y prevención, como Uganda, han

frenado el sida.

 

No es la solución

 

Peter Seewald

termina preguntando a Benedicto XVI si la Iglesia no está por principio en

contra de la utilización de los preservativos. El Papa responde: «Es obvio que

ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso

pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso

en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una

sexualidad más humana».

 

Uno es el caso de la

prostitución, otro el de la relaciones entre novios o parejas, y otro el de los

matrimonios. Pero la sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana,

en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la

afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a

la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro, recuerda el número

2332 del Catecismo.

 

En definitiva, todo queda como

estaba, la Iglesia mantiene su doctrina en bien del hombre, por mucho que

algunos se empeñen en que cambie por las buenas o por las malas, presentando

casos extremos o simplemente mintiendo.

 

Jesús Ortiz López

Doctor en Derecho Canónico