El Papa Francisco ha
regresado feliz de la JMJ
celebrada en Río de Janeiro, donde acaba
de anunciar que la próxima tendrá lugar en 2016 en Cracovia. Buen impulso será
para la fe en Europa, para la nueva Evangelización, y para la revitalización de
la sociedad occidental. Podemos enmarcar sus gestos y mensajes en el sentido de
la fe católica mostrada en su reciente encíclica Lumen fidei.
Recordaremos aquí algunos puntos como invitación a hacer una lectura reflexiva
de ella.
La fe, en
cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría; es separación de
los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un encuentro personal. Creer es
confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona (n. 13).
La fe
cristiana es fe en la encarnación del Verbo y en su resurrección en la carne;
es fe en un Dios que se ha hecho tan cercano, que ha entrado en nuestra
historia (n. 18).
Desde una
concepción individualista y limitada del conocimiento, no se puede entender el
sentido de la mediación, esa capacidad de participar en la visión del otro, ese
saber compartido, que es el saber propio del amor (n. 14).
La fe, sin
verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella
fábula, (…) o bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y
entusiasma, pero dependiendo de los cambios de nuestro estado de ánimo o de la
situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida (n.
24).
La fe
transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor. Esta
interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento
propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros
pasos (n. 26).
Para
transmitir esta riqueza hay un medio particular, que pone en juego a toda la
persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los
sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia (n. 40).
El primer
ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Pienso
sobre todo en el matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer (n. 52)
La fe afirma
también la posibilidad del perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo,
paciencia y compromiso; perdón posible cuando se descubre que el bien es
siempre más originario y más fuerte que el mal (n. 55).
Al hombre que
sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde
con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda
historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz (…). No nos
dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y
propuestas inmediatas que obstruyen el camino (n. 57).
Jesús Ortiz López