Es llamativo ver cómo las bibliotecas se llenan de libros infantiles que tratan de explicar y explicar la realidad. Narraciones que no dan pie a la imaginación, la interpretación, la incertidumbre, el temor a lo desconocido, el valor de enfrentarse a ello… no hay lugar para los sueños.
Una vez más, los adultos nos adentramos en aguas puras para mancillarlas con nuestro razonamiento. Siguiendo el triunfo de la literatura de autoayuda para adultos, pensamos que nuestros niños necesitan exactamente lo mismo. Cada vez son más los cuentos infantiles que, más que cuentos, vienen a ser tutoriales o manuales de conducta. Guías prácticas sobre cómo pensar y actuar en cada momento. Todo perfectamente razonado, todo guiado paso a paso. Cuando terminas de escuchar uno de esos relatos, te quedas con una losa en el corazón: lo que debes hacer, cómo debes interpretar, pensar, hablar…
Pero ¿no nos damos cuenta de que los niños, al ver la esperanza y la bondad de Cenicienta, la inquietud de La Bella por buscar la verdad y la bondad en sus libros y en los demás, la redención de la Bestia, el sacrificio de la Sirenita o la valentía de Hansel y Gretel, están absorbiendo algo mucho más profundo que una simple lección?
Los cuentos de hadas hablan directo al corazón, son un espejo de lo más noble y oscuro del alma humana. Una puerta a su interior, al que nadie debería atreverse a entrar para organizarlo todo por estantes.
No subestimemos la capacidad de los niños para encontrar significado en lo simbólico, para descubrir la verdad en lo fantástico y para hallar respuestas en los misterios que los rodean. No les arrebatemos el derecho a maravillarse, a cuestionar y a descubrir por sí mismos.
Rescatemos los cuentos de hadas… devolvamos la libertad de pensar y de pensar libremente.