Pero ¿existen, de verdad, los autodidactas? Sin
duda, pregunta inapropiada puesto que está de moda, queda bien, es signo de…
"no se sabe qué"… El caso es que, dicho en términos simplones, "el autodidacta
es discípulo de un idiota".
Esta pregunta viene a mi cabeza después de varias
conversaciones con Simdalom y otras tantas
con mis alumnos. En efecto, en la red parece que el "maestro", el referente de
autoridad, queda difuminado ante el horizonte lleno de infinitas
posibilidades: la sensación de libertad se eleva a extremos nunca imaginados;
nadie percibe, realmente, límites -sólo lingüísticos y de tiempo…. que no es
poco-. Las redes sociales permiten conectar con cualquiera, hablar de cualquier
cosa, colgar cualquier cosa… y si algo no se puede hacer, en realidad se piensa
que "aún" no se puede hacer. En definitiva: la infinitud del mundo virtual
obliga a la consideración del sujeto como
principio autónomo de su propio aprendizaje.
En la modernidad «ilustrada», que está bajo el
planteamiento anterior, ese sentido autodidacta lleva a tener como modelos a Robinson Crusoe, el hombre natural, o el Emilio de Rouseau. Pero, seamos
serios:
1. Todo aprendizaje humano -no
animal, no infrahumano, no salvaje, no «niño-lobo», que merece un tratamiento
bien diferenciado- está mediado por el lenguaje.
2. Todo signo lingüístico
procede de un entorno interpersonal. Alguien me enseñó a hablar, alguien me
sonrió -lenguaje gestual- para indicarme el camino a seguir, alguien me dio la
simple indicación de "ahora tomad las pesas y poneros a ver cómo funcionan…
luego hablamos sobre ello".
Por tanto, si el autodidacta es posible, será
siempre cuando cuente con una
determinada edad; cuando disponga ya de una inmensidad de tesoros. Solo
entonces podrá, por ejemplo, ponerse a bucear en una biblioteca, montarse su
propio laboratorio, descuartizar un ordenador…. Ninguna de esas realidades es ajena a otros, que me lo dieron, me
lo ofrecieron, fueron para mi autoridad, maestros: me fío de quien hizo el
ascensor, me fío del señor del autobús y del bibliotecario; me fío -son para mis
maestros- de los comentarios de la contraportada de un libro -alguien los
escribió para mí…-.
Sin duda, el caso de los libros es el más
significativo: alguien los escribió. Se trata de una clase magistral en la que
la distancia temporal o espacial queda superada por el significado de los
grafismos -por lo inmaterial que habita en ellos-.
Pero… y aquí viene lo realmente sorprendente:
¿podemos ser autodidactas porque nadie nos indique qué leer? ¿Lo somos porque
el infinito que se abre ante nosotros es manifiestamente un infinito no
mediado, realmente independiente?
Pues…. parece que no. En Internet la gente (Web) está para que la encuentren; hay
estrategias -miles- para ser encontrado y leído y erigirse en «maestro»,
referente, aun en el caso del más humilde de los blogs. Todos queremos ser
valorados como interlocutor válido en alguna dimensión.
Pero aún hay más: en cuanto alguien entra, encuentra
a otro, ese otro le lleva a otro… son cadenas de confianza. El «ingenuo autodidacta»
pensará que los criterios que utiliza son «los de nadie», los exclusivamente
suyos. Pero seamos serios de nuevo: de alguien se fió al principio, alguien le
hizo la primera sugerencia, alguien fue su maestro y desde ahí comenzó…. si no
lo reconoce… ¿somos autodidactas? En los casos de «vagabundeo internáutico», de
explícita renuncia a la figura del maestro hay elección explícita de ignorar al
maestro y por tanto vulnerabilidad inconsciente….
Entiendo que, el único autodidacta es, en
realidad, el investigador: persona con afán de contribuir; el que, agradeciendo
todo lo recibido, quiere seguir encontrando. En investigador -de invenio,
encontrar- es el que sabe que todo lo bueno es de otro, que él, simplemente, lo
encontró gracias a la ayuda de otros. El investigador tiene por maestro la
verdad de las cosas, por método la honradez intelectual y por certeza que nada
es suyo, que todo es «de quien lo hizo».
En caso contrario, se convierte en alguien
bastante desagradable.
Consuelo Martínez
Priego
Prof. Antropología Filosófica.
Pare leer más:
C.S. Lewis, Los cuatro amores
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C.S. Lewis, El gran divorcio
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L. Polo, Quién es el hombre
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