En la primavera de 1984 Margarita Pedroso,
íntima amiga de mi padre y mía, me llevó una tarde a conocer a Ernestina de
class=SpellE>Champourcín.
Ernestina y Margarita hasta se parecían:
delgadas, muy amables, algo irónicas, de exquisita educación, sumamente
distinguidas. Con una evanescente vaguedad flotando a su alrededor, como si
estuviera cada una dentro de una pompa de jabón, irisada y ligera. De alguna
manera inalcanzables, desde luego indefinibles.
Hicimos té, nos sentamos a conversar: Literatura
y Exilio. Aparte San Juan de la Cruz, que Ernestina decía ser su poeta
preferido, hablaban sobre todo de la generación del 27; me gustaba escucharlas.
Casi todos habían sido amigos de mi padre, en casa había libros de muchos de
ellos y números de la revista Litoral, que solía publicarles. Además, tres años
seguidos tuve de profesor de Lengua y Literatura Españolas a mi
admirado maestro y gran poeta Gerardo Diego. Estuve muy conforme con lo que
decían las dos señoras, hasta que hablaron de Juan Ramón Jiménez, que nunca me
gustó. Eso me había costado peleas y discusiones con mucha gente; aquella
tarde, por cortesía, me mantuve callada.
Sabía que Margarita había sido en tiempos, con
la oposición rabiosa de sus padres, novia de Juan Ramón, quien intentó convencerla
de un pacto de suicidio, "por amor". Cada uno en su casa, a la misma
hora, tomaría un veneno, láudano o qué sé yo: eran tiempos fáciles en las
farmacias. Esto suena a locura, pero sé que es historia y no fue Margarita la
única a quien el poeta hizo esta proposición: le fascinaba la idea de que las
mujeres se quitaran la vida por él.
Pero así se hablara de amigos o de versos, el
tema recurrente, para Ernestina, estribillo del romance de su vida,
class=SpellE>volvedero al final de cada estrofa, marcando el ritmo, era
el exilio. "Casi todos éramos buenos amigos, había una coherencia en la
amistad… éramos hermanos. A alguien le sobraba, por ejemplo, una toalla o dos
cucharas y se ponía en camino a ver a quién le podían servir."
Hablaba mucho de su marido, Juan Luis
class=SpellE>Domenchina, con gran amor y respeto. Me llamó la atención
porque tenía entendido que había sido un hombre de muy difícil carácter. Y,
encima, la tenían por feminista, pensé.
Le molestaba el afán de la gente por
encasillarla, meterla en un papel cuadriculado. El día anterior habían ido a
visitarla unos poetas jóvenes. Lo traían decidido, sin dudar: Ernestina era,
tenía que ser, feminista, republicana, comunista, por supuesto atea y enemiga
de la religión.
"Defender que una mujer, dentro de su
profesión, tiene que tener el mismo trato que un hombre no es ser feminista, es
ser razonable. Republicana, sí. Lo he sido toda mi vida y lo sigo siendo. ¡Pero
comunista! Siempre me ha horrorizado el comunismo y a José Luis también. Y
nunca me ha interesado la política, jamás."
Volvía al exilio. Cuando estaban en México, los
españoles solían reunirse en un café de la Zona Rosa, principalmente para
hablar de cuando se muriera Franco. Hasta, contó, representaban una especie de
obra de teatro con aquel tema. "Yo no. Nunca odié a nadie, no le deseé la
muerte a nadie, ni a Franco. Sí quería que lo echaran de una vez, que se fuera
y pudiéramos volver."
Pero lo que la hería más vivamente era que le
hablaran mal de la Religión, sobre todo suponiendo que eso tenía que gustarle.
"Soy cristiana, profunda y absolutamente cristiana. Respeto las creencias,
o no creencias, de los demás, pero me duele mucho que se hable mal de la
Religión o de la Iglesia. Mucho."
Esto decía con dolor, sin malquerencia. Aun
siendo poeta (nunca poetisa), era mujer de corazón sin viento, de alma en paz;
lo transmitía. El enfoque, además, de su vida y su poesía era gratificante.
Ella escribía por necesidad, porque desde dentro le nacían los versos. Le traía
sin cuidado que se los publicaran o no, que gustaran o no, que le reconocieran
algún mérito. Pienso que ni se planteaba si eran buenos o malos: eran los
suyos. Así. Con total independencia y libertad. "La popularidad es una
plebeyez", escribió Rilke y aquella fina
aristócrata del pensamiento creo que pensaba algo parecido.
Siendo yo muy joven llegué a una conclusión (una
de las pocas que no me resultaron provisionales): "Hay dos clases de
personas: las que quieren parecer y las que quieren ser." A lo largo de la
vida he comprobado que las de la segunda clase son escasísimas y que las dos
condiciones no se juntan ni en el infinito. De cuantas personas he conocido,
una de las que más claro tenían el deseo de ser era Ernestina de
class=SpellE>Champourcín.
Otras tardes fui a su casa, hablamos de libros,
(me prestó bastantes) y bebimos té pero el impacto del primer día fue tal que
aquella misma noche escribí un cuento sobre el exilio, "Las
Escaleras", cuyos personajes son, naturalmente, inventados pero donde
recogí muchas de las frases de Ernestina. Su eco, como bronce de campana,
seguía resonando en mis oídos. No me atreví a dedicárselo; está dedicado a
Margarita Pedroso.
Recuerdo un verso de Ernestina de un poema muy
bello: "Hay cosas que no son, pero que siguen siendo". Sin ánimo de
emularla, me gustaría mandarle este mensaje al otro lado de Dios, donde está
ahora. Decirle que hay también: "Personas que no están, pero siguen
estando".
Blanca García-Valdecasas.
Madrid 28 Enero 2008
Para
leer más:
style='font-size:12.0pt;font-family:"Times New Roman";color:black'>Champourcín
style='font-size:12.0pt;font-family:"Times New Roman";color:black'>, E. De
(2004)
href="http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=3263">Poemas de
exilio, de soledad y de oración, Madrid, Encuentro
href="http://www.esmadrid.com/condeduque/jsp/ficha_evento.jsp?id=284">Exposición
en el Conde Duque
href="http://spain.slu.edu/congresoescritoras/ficha.pdf">II Congreso
Internacional "Escritoras y compromiso"
href="http://www.unav.es/champourcin/">Web de Ernestina de
class=SpellE>Champourcín