Gao Xingjian obtuvo, en el año 2000, el premio Nobel de Literatura. Escritor chino exiliado en Francia, ha cultivado múltiples facetas artísticas. La ilustración del libro que presentamos reproduce un cuadro suyo.
En este libro, recopilación de diversos discursos y trabajos del autor sobre literatura, se pueden distinguir dos grandes temas: por un lado la problemática del chino como lengua literaria. Ese tema desborda, probablemente, los intereses del lector, pero podemos señalar que Xingjian se muestra prevenido contra la excesiva occidentalización del Chino moderno. Además, no comparte esa tendencia a caer en el psicologismo y el formalismo lingüístico en que han venido a caer las novelas europeas de los últimos años. Frente a ello, bucea en la tradición del Chino oral, atendiendo a sus diversas formas dialectales e intentando una tensión entre la Tradición y lo nuevo. En cualquier caso para Xingjian es importante que en la escritura quede relevancia del lenguaje oral.
El otro aspecto, más universal, es el del sentido de la literatura. Por una parte el autor se declara al margen de todos los –ismos, reivindicando la radical independencia para ser sólo él mismo (el único ismo aceptable). "La creación literaria obedece siempre al impulso individual del escritor y no tiene nada que ver con los "ismos": si dependiera de las conclusiones extraídas de alguna doctrina, la obra resultante sería un desastre" (p. 40). Al mismo tiempo, por encima del formalismo del lenguaje, aboga por la referencia a los real. Por encima de lo imaginado debe imponerse la verdad, y la literatura está a su servicio. Esa verdad no se ciñe a lo meramente exterior, sino a las sensaciones internas del hombre inmerso en lo real. De ahí que la literatura aborde una parcela de la realidad que escapa a la ciencia.
Al mismo tiempo, el autor señala un criterio estético que hace referencia a lo profundo del alma humana. En ese sentido se declara contrario a las literaturas nacionalistas, pues toda obra verdadera es universal y refleja lo que se vive en el corazón de todos los hombres. Ese criterio esteticista, no se refiere a la forma, sino a la transmisión de sensaciones universalmente reconocible y en las que el lector de cualquier lugar, y aún en la distancia del tiempo, siente que se está hablando de él o para él.
Estas ideas y algunas otras resultan sugerentes. Se enmarcan dentro de una percepción del mundo actual en que la técnica y el poder político empobrecen el mundo de las ideas. Así, para Xingjian "El don humano del escritor es el lenguaje que Dios le otorga cuando los hombres son incapaces de hablar y se hallan sumidos en el mutismo" (p. 116), frase que no debe entenderse mal, porque el autor, aunque respetuoso con lo trascendente, se declara ateo (p. 85).
David Amado Fernández
(archimadrid.es)