La juez Sandra Day O’Connor presentaba su renuncia al Presidente Bush en el mes de julio del 2005 y, dos meses después, fallecía en su residencia de Virginia el que había ocupado la presidencia de la más alta instancia judicial estadounidense durante 19 años: el Chief Justice William H. Rehnquist. La salida de estos dos magistrados ponía fin a un periodo muy importante en la vida del Tribunal Supremo de los EE.UU. de Norteamérica. Llegaba a su final la Rehnquist Court (1986-2005). Este es el espacio de tiempo que ha sido objeto de nuestro examen en un tema tan decisivo como el de la primera de las libertades.
El derecho de libertad religiosa quedó consagrado en la Primera Enmienda norteamericana a través de dos cláusulas: libre ejercicio de la religión (free exercise clause) y su no-establecimiento (establishment clause). La Corte Rehnquist ha limitado la esfera de aplicación de la cláusula de libre ejercicio, y ha permitido ciertas adaptaciones en la aplicación del no-establecimiento. El resultado ha sido un tratamiento jurídico confuso y fragmentario.
Esta libertad excelente puede presentarse como la primera de las libertades, al garantizar un espacio de inmunidad frente a la injerencia totalizadora del Estado, al permitir la construcción de la identidad del sujeto, al hacer de la libertad un instrumento al servicio de la realización personal, y, finalmente, al responder al malestar generado en la modernidad.