El autor propone una motivación basada en el deseo de aprender y en la eficacia –también como motivación– de enseñar a pensar. A su juicio, mejorar la capacidad de pensar fomenta la voluntad de aprender, absolutamente necesaria en el nuevo siglo. Por tanto, no se trata de insistir en más de lo mismo, sino de cambiar las motivaciones del trabajo: “Un hombre libre se diferencia de un esclavo por los motivos para trabajar”. Covington cree que la ética protestante del trabajo y el sistema de recompensas extrínsecas condiciona negativamente el sistema educativo norteamericano. Basa el sentido de la tarea educativa en la cooperación y no en la competición, si bien no niega algunas ventajas que tiene este último sistema. Habla del juego como factor educativo sin caer en un planteamiento lúdico irresponsable.