Un marinero de veinte años, fuerte, guapo y curtido, con un historial de delincuencia y trabajo rudo, es invitado casi por accidente a cenar en un hogar pequeño burgués. Él, que sólo ha visto un óleo en los escaparates de las tiendas, que no tiene ni idea de lo que es un lavafrutas, queda fascinado ante lo que sus ojos le presentan como cultura y civilización. A partir de este momento el joven siente que tiene «un mundo por conquistar», y la muchacha que lo acoge piensa que debe salvarlo «de la maldición del ambiente en que había nacido» e incluso «de sí mismo a pesar de sí mismo».