La mañana del 30 de octubre de 1922, Benito Mussolini, el jefe de un pequeño partido italiano, llegaba a Roma en tren, mientras sus seguidores, los «camisas negras» fascistas, se iban aproximando a la ciudad en grupos que el ejército hubiera podido contener con facilidad.
No fue esta «marcha sobre Roma», mitificada posteriormente, la que dio el poder al fascismo, ni hubo nada de revolucionario en su ascenso. Fue la monarquía italiana, asustada ante la agitación de campesinos y trabajadores, la que le entregó el poder, nombrando a Mussolini jefe del gobierno y consintiendo en el proceso que le llevó a establecer en poco tiempo una férrea dictadura, que iba a durar veinte años y a arrastrar a Italia a la más devastadora guerra de su historia.