La trama de la novela gira en torno a una agencia de investigadores privados, dos personajes y dos casos. La novela comienza cuando la hija del dueño de la agencia, Carlos Leiva, ha desaparecido sin dar explicaciones y las pesquisas son infructuosas. En esos mismos días Gutiérrez telefonea para informarse de una investigación que realizan para él: la búsqueda de un tal Chocano. Javier Gómez, un recién contratado en la agencia, es el encargado de llevar los dos casos.
La obra se desarrolla en unas semanas de 1997 y está situada espacialmente en Madrid, un Madrid irreal, pues junto a nombres de calles que existen, se citan otros que son inventados.
El ansia de seguridad, el dramatismo que la vida encierra en cuanto desvelamiento y quehacer, el repliegue y la huida como respuesta, pueden ser, en términos generales, el tema o los temas que la novela trata, lejos del melodrama, pues muestra cómo la vida se disuelve en lo cotidiano, tantas veces entre paradojas y sin sentidos, enfermedades propias de un final de siglo y una época aún sin bautizar: la angustia vecina de la depresión, la sensación de frustración y de una vida no lograda, las obsesiones y los temores, la soledad multitudinaria, la tentación de huir y la presencia continuada de la prisa y el vértigo que origina, la apelación continua del teléfono, los faxes...
La estructura externa se divide en secuencias separadas por blancos y tiene un desarrollo que no es estrictamente lineal, pues el tiempo se quiebra en contrapuntos, analepsis y feed-back. Las secuencias se suceden casi alternativas: en unas, el primer plano lo ocupa Carlos Leiva y, en otras, Javier Gómez. Emplea el autor la tercera persona, pero en las secuencias protagonizadas por Leiva, el lector conoce el flujo de conciencia del personaje, que el autor entrecomilla, y podrá escuchar también a sus interlocutores telefónicos; en las secuencias de Gómez no hay flujo de conciencia y el lector se tiene que contentar con escuchar sólo al joven investigador.
Los protagonistas de la obra son Carlos Leiva y Javier Gómez. Carlos es el jefe de una agencia de investigadores que heredó de su padre, un policía franquista; está casado con Paqui Beguiristain, es padre de dos hijos: de Pilar, a quien ya me he referido, y de un chico que estudia en Bilbao; su matrimonio va a la deriva y él, en su intimidad, se debate entre contradicciones y el zarandeo del entorno. Javier Gómez es un joven profesor de Filosofía que, por cansancio, ha cambiado las aulas por la agencia; se asemeja más al tipo de investigador lógico que al modelo activo. En otro orden se encuentran ya: Blanca, la secretaria de Leiva, que es una mujer eficaz y serena; Alfredo Leiva, el padre de Carlos; el viejo Busti, ya muerto, que se pasea con frecuencia por el recuerdo de Carlos; Santos Clavijo, el taxista; y Gutiérrez que es sólo una voz al principio, una hipótesis de trabajo y un nombre equívoco en los papeles después, para terminar siendo un hombre de carne y hueso.
No sin voluntad de estilo, el autor pone al servicio de la narración un lenguaje común no exento de frases hechas y remedos que tienen mucho de broma y crítica. El lenguaje soez, que emplea Leiva casi en exclusiva, pretende mostrar la exasperación y la incomprensión que se disuelven en exabruptos. En la novela predomina el diálogo ágil y breve, propio de una sociedad empujada por la urgencia, las relaciones superficiales, en muchas ocasiones con máquina interpuesta: el teléfono. Las descripciones sólo se demoran en la huida de Leiva al campo, donde lejos de la ciudad todo parece remansarse.