Quien vive en dos sitios no vive en ninguno. Todos hemos constatado la verdad de esta frase del acervo popular. Quien vive parte de su vida en un sitio y luego lo tiene que abandonar, pasará mucho tiempo deseando retornar. El paisaje es muy importante: las imágenes que nuestra retina necesita identificar como fondo de escenario en la vida cotidiana. Estamos vinculados afectivamente al paisaje como lo estamos a las personas, más o menos cercanas: familia, amigos, vecinos…
La vida en el nuevo lugar nunca será completa. Se desarrollará siempre del otro lado de la fantasmagórica que pudo haber sucedido y que nosotros, con nuestra ausencia, hemos truncado.
Cuando regresemos, si es que regresamos, en lugar de recobrar el tiempo perdido, de adueñarnos de los fantasmas que hemos dejado suspendidos, el fenómeno se repetirá indefinidamente, como en una vertiginosa sucesión de imágenes en espejos paralelos.
¿Qué será más real, lo no vivido por nuestra ausencia en el lugar que abandonamos o lo vivido en realidad? ¿El paisaje que reencontramos es más real que aquel a cuyo recuerdo hemos continuado atados afectivamente? ¿Las personas que ya no están, que han dejado de vivir, que han muerto estando nosotros ausentes, seguirán vivas en nuestro recuerdo? ¿Los sentimientos que nos unían a otros continuarán tan vivos en los demás como en nuestra memoria? ¿Qué importará en mi vida futura, lo que viví lejos o lo que no viví tras haberme alejado?
Cesare Pavese recorre todos los estadios afectivos y emocionales de la vida de un emigrante –un huérfano pobre- que deja sus colinas próximas a Génova para buscarse un futuro en los Estados Unidos.
Malos años de la historia italiana le tocan vivir a este huérfano. Pero las dificultades reales que enfrentan a partisanos (comunistas y aliados) a los partidarios de Musolini son, como siempre, ocasión para fusilar a aquellos que nos importunan. Los trabajadores del campo, de vida miserable, se agarran a las ideas comunistas en busca de alguna mejoría para su situación. Y los propietarios de tierras intentan mantener sus privilegios. En la zona rural, sólo hay propietarios y campesinos. A parte el cura y algún que otro representante de la autoridad a nivel local. Por eso lo que dice el cura tiene mucha trascendencia y se mirará con lupa para descubrir “de qué lado está”. Cesare Pavese presenta a un cura casi fascista, poco menos que anticristiano por actuar lejos de la caridad cristiana. Alguno habrá que no se ajuste al precepto de la caridad. Pero no se debe juzgar el todo por una parte.
Cesare Pavese describe una población rural en la que la caridad está ausente: el hombre, el marido, maltrata a la mujer –incluso la llega a asesinar a golpes; a quemarla; el padre golpea al hijo; el propietario exprime al campesino, el cura condena al humilde y lo aleja de la iglesia, en lugar de atraerlo a ella-…
Las mujeres se aproximan a los hombres para disfrutar con ellos y para vivir a costa de ellos. Una sociedad mucho más brutal que la relación que une a las bestias.
Nuto, el amigo de nuestro protagonista y Cinto –un joven cojo- serán los antagonistas del relato. El primero con su experiencia y el segundo desde su inocencia representarán para el protagonista del relato -y para el lector- el pasado y el presente de esta pequeña comunidad rural.
Las narraciones, las descripciones están construidas con sensibilidad muy delicada. Las sinestesias están sutilmente entretejidas. El relato adquiere su punto más crudo cuando el padre de Cinto, un campesino muy humilde, agobiado por la desbordada avaricia de la propietaria, pierde los nervios y asesina a su familia, a su ganado y quema la casa.
El relato que hace Nuto de la vida de las tres jóvenes propietarias de la hacienda donde habían trabajado los dos amigos, sumerge el final del relato en una amargura sin solución.
Su autor concluyó esta novela cuatro meses antes de suicidarse.
"Había regresado, había aparecido de improviso (...) pero lo que quedaba era como una plaza a la mañana siguiente después de la fiesta, como un viñedo tras la vendimia, como ir solo al restaurante cuando alguien te ha dado plantón. Nuto, el único que vivía aún, había cambiado; era un hombre como yo". Cuando el amigo que le había enseñado a vivir aparece ante sus ojos como un simple hombre y las manos que podrían reconocerle han desaparecido, recién entonces, el Anguila - apenas el apodo de un bastardo - empieza a descubrir el significado de la vida. Ha tenido que dejar su Piamonte de la infancia para necesitar volver a él, para echarlo de menos; pero en el regreso, las hogueras no ocultan ya el secreto y la sabiduría de los campesinos sino que se revelan como la causa de la muerte y la destrucción. Cesare Pavese ha escrito una novela magistral, llena de personajes densos e intrigantes, de paisajes con olores, de chicas con vistosos vestidos que iluminan nuestras retinas; pero sobre todo, ha escrito un relato en el que la vida bulle en cada página para interpelarnos con su ternura y crudeza.
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Quien vive en dos sitios no vive en ninguno. Todos hemos constatado la verdad de esta frase del acervo popular. Quien vive parte de su vida en un sitio y luego lo tiene que abandonar, pasará mucho tiempo deseando retornar. El paisaje es muy importante: las imágenes que nuestra retina necesita identificar como fondo de escenario en la vida cotidiana. Estamos vinculados afectivamente al paisaje como lo estamos a las personas, más o menos cercanas: familia, amigos, vecinos…
La vida en el nuevo lugar nunca será completa. Se desarrollará siempre del otro lado de la fantasmagórica que pudo haber sucedido y que nosotros, con nuestra ausencia, hemos truncado.
Cuando regresemos, si es que regresamos, en lugar de recobrar el tiempo perdido, de adueñarnos de los fantasmas que hemos dejado suspendidos, el fenómeno se repetirá indefinidamente, como en una vertiginosa sucesión de imágenes en espejos paralelos.
¿Qué será más real, lo no vivido por nuestra ausencia en el lugar que abandonamos o lo vivido en realidad? ¿El paisaje que reencontramos es más real que aquel a cuyo recuerdo hemos continuado atados afectivamente? ¿Las personas que ya no están, que han dejado de vivir, que han muerto estando nosotros ausentes, seguirán vivas en nuestro recuerdo? ¿Los sentimientos que nos unían a otros continuarán tan vivos en los demás como en nuestra memoria? ¿Qué importará en mi vida futura, lo que viví lejos o lo que no viví tras haberme alejado?
Cesare Pavese recorre todos los estadios afectivos y emocionales de la vida de un emigrante –un huérfano pobre- que deja sus colinas próximas a Génova para buscarse un futuro en los Estados Unidos.
Malos años de la historia italiana le tocan vivir a este huérfano. Pero las dificultades reales que enfrentan a partisanos (comunistas y aliados) a los partidarios de Musolini son, como siempre, ocasión para fusilar a aquellos que nos importunan. Los trabajadores del campo, de vida miserable, se agarran a las ideas comunistas en busca de alguna mejoría para su situación. Y los propietarios de tierras intentan mantener sus privilegios. En la zona rural, sólo hay propietarios y campesinos. A parte el cura y algún que otro representante de la autoridad a nivel local. Por eso lo que dice el cura tiene mucha trascendencia y se mirará con lupa para descubrir “de qué lado está”. Cesare Pavese presenta a un cura casi fascista, poco menos que anticristiano por actuar lejos de la caridad cristiana. Alguno habrá que no se ajuste al precepto de la caridad. Pero no se debe juzgar el todo por una parte.
Cesare Pavese describe una población rural en la que la caridad está ausente: el hombre, el marido, maltrata a la mujer –incluso la llega a asesinar a golpes; a quemarla; el padre golpea al hijo; el propietario exprime al campesino, el cura condena al humilde y lo aleja de la iglesia, en lugar de atraerlo a ella-…
Las mujeres se aproximan a los hombres para disfrutar con ellos y para vivir a costa de ellos. Una sociedad mucho más brutal que la relación que une a las bestias.
Nuto, el amigo de nuestro protagonista y Cinto –un joven cojo- serán los antagonistas del relato. El primero con su experiencia y el segundo desde su inocencia representarán para el protagonista del relato -y para el lector- el pasado y el presente de esta pequeña comunidad rural.
Las narraciones, las descripciones están construidas con sensibilidad muy delicada. Las sinestesias están sutilmente entretejidas. El relato adquiere su punto más crudo cuando el padre de Cinto, un campesino muy humilde, agobiado por la desbordada avaricia de la propietaria, pierde los nervios y asesina a su familia, a su ganado y quema la casa.
El relato que hace Nuto de la vida de las tres jóvenes propietarias de la hacienda donde habían trabajado los dos amigos, sumerge el final del relato en una amargura sin solución.
Su autor concluyó esta novela cuatro meses antes de suicidarse.
"Había regresado, había aparecido de improviso (...) pero lo que quedaba era como una plaza a la mañana siguiente después de la fiesta, como un viñedo tras la vendimia, como ir solo al restaurante cuando alguien te ha dado plantón. Nuto, el único que vivía aún, había cambiado; era un hombre como yo". Cuando el amigo que le había enseñado a vivir aparece ante sus ojos como un simple hombre y las manos que podrían reconocerle han desaparecido, recién entonces, el Anguila - apenas el apodo de un bastardo - empieza a descubrir el significado de la vida. Ha tenido que dejar su Piamonte de la infancia para necesitar volver a él, para echarlo de menos; pero en el regreso, las hogueras no ocultan ya el secreto y la sabiduría de los campesinos sino que se revelan como la causa de la muerte y la destrucción. Cesare Pavese ha escrito una novela magistral, llena de personajes densos e intrigantes, de paisajes con olores, de chicas con vistosos vestidos que iluminan nuestras retinas; pero sobre todo, ha escrito un relato en el que la vida bulle en cada página para interpelarnos con su ternura y crudeza.
Dora Rivas
Revista "Calibán"