El joven Miguel es retratado en la quietud de la quinta del Tigre donde vive con su madre y la servidumbre y donde espaciadamente recibe la visita de su abuelo. El anciano, que ha vivido y gozado veinte años en Paris, vegeta ahora en un hotel de lujo de la ciudad de Buenos Aires, lamentándose de la expulsión de su paraíso europeo.
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Esa extraña sensación de separarse de sí mismo, desdoblándose, y de que una parte suya, aérea, flotaba blandamente entre los árboles oscuros, se aguzaba al regresar por las calles de la ribera, a la hora en que el Tigre dormía".