Frente al panteísmo, que diviniza toda la naturaleza, o el dualismo que señala un doble principio bueno-malo, la Iglesia recuerda que el mundo no es Dios pero tiene su origen en el amor creador. De modo singular sobresale la realidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Ese dogma es imprescindible para entender la realidad del hombre tanto en su origen como en el fin para el que ha sido creado.
Enrique Casas explica todos los implícitos que se esconden tras la afirmación de que el mundo ha sido creado de la nada y los vincula a la realidad del mal, introducido por el pecado y no querido por Dios. Señala también la relación entre creación y pecado y cómo Dios puede ordenar la realidad del mal para el bien del hombre. También el autor atiende a algunas cuestiones científicas que, aunque de orden diferente, entran en relación con esta verdad de fe.