La piel de los tomates reúne treintaiún cuentos inéditos de José Jiménez Lozano, Premio Cervantes de Literatura. En cada uno de ellos «vibra el ser y lo eterno se esconde en cualquier pliegue de la narración, por lo que estos cuentos permiten renovar la mirada y sorprender, donde menos lo esperemos y con la forma más desconcertante, el susurro o el estallido de la vida en su misteriosa belleza» (del prólogo). Como el propio autor afirma: «El pequeño relato cuenta frustraciones, sufrimientos, sueños y alegrías del hombre, irrumpe en quien oye y lee, como irrumpió en quien escribió, y, en la instantánea de su presencia, le hace contemporáneo de lo que cuenta, le pone en su situación, y de ahí se sale verdaderamente herido o gozoso. Pero, sobre todo, se sale lúcido».
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Este conjunto de relatos, algunos parten de lo cotidiano y otros recurren al lenguaje de la fábula (un convento en el que los monjes son pájaros) o al pasado de la historia (la inquisición), exalta fundamentalmente el valor de la vida y el peligro de la superficialidad. El mismo título, La piel de los tomates, parte de algo aparentemente poco importante. Pero es atravesando los finos velos que cubren toda la realidad como se penetra en el misterio que late con fuerza en todas las cosas. Por eso puede decirse de esta nueva obra de Jiménez Lozano lo mismo que de sus escritos anteriores, mira la realidad de manera que esta no se confunda con la nada, arrancando, a veces con ternura, a veces desde la perplejidad, briznas de esperanza. Sus cuentos tocan el interior del hombre porque hablan de el y no sólo de sus circunstancias.
Guadalupe Arbona Abascal, en el prólogo a esta colección de 32 relatos, afirma que en esta obra de José Jiménez Lozano "encontraremos la intensidad de la vida presente en lo más humilde y en lo más sencillo." Y nos remite a la voz del propio autor quien ha señalado en muchas ocasiones que "la literatura es levantar vida con palabras"; es la acción de "escribir con palabras verdaderas y carnales, que nombren esa realidad. Sin la mínima voluntad de estilo".
Claro que el estilo de José Jiménez Lozano está presente, como lo están la belleza y la tensión, en los 32 relatos –muy breves la mayor parte.
Recorre en ellos los mil detalles que conforman la existencia sencilla de las gentes sencillas, habitantes de lugares sencillos. Y muchos de ellos reverberan costumbres del decir cervantino.
J. J. Lozano pergeña, desde la curva contundente y lisa de la piel de los tomates, la imagen de la juventud del alma: la anciana que vende tomates en el tercer relato- y que da título a la obra- viene así descrita: "Y mamá también decía que los mejores tomates del mundo los vendía aquella mujer, que era muy anciana (…) con una piel tan fina y lisa, sonrosados carrillos, y ni una cana." Y la belleza interior de la anciana quedaba, de este modo, asimilada a la hermosura de los tomates que cultivaba y que por su mano maduraban incluso en abril. La propia anciana contaba la historia de un joven que perdió la tersura de la piel y se le tornó "consumidita como la de un tomate helado" en pocas horas, a fuerza del sufrimiento.
De los sufrimientos de la vida y de los que produce la muerte de los seres queridos de los que dependemos y de las alegrías e ilusiones sencillas con las que nos aliviamos y continuamos nuestro camino están hechos estos relatos redondos y generosos, como los tomates, que de ser buenos "tenían que abandonar su piel entre las manos".
No nos engañemos: la vida aparentemente sencilla está tejida de graves sucesos silenciados, sellados por la conveniente pérdida de memoria. El lector acude a cada relato, debe acudir, dispuesto a sumergirse en una situación más que difícil, cruda. J. J. Lozano conduce la acción en una acelerada evolución del relato, sin eludir temas como el asesinato, la violación, el suicidio…
Maestro del relato breve. Me sería imposible elegir uno de los 32 que en esta obra figuran. Pero puedo señalar el titulado "La farsa" como uno de mis favoritos. En el él, el autor lleva al lector como obligándole a recorrer la escena de un cuadro. La palabra es utilizada como un puntero mágico capaz de dar luz y crear volumen allí donde se posa: "La luz del día se iba apagando, pero al mismo tiempo se iba haciendo más intensamente roja, y el vaso de agua y el reluciente plato brillaban extraordinariamente".
En todos los finales de los 32 relatos, J. J. Jiménez consigue sorprender al lector presentándole giros inesperados de la realidad o de la hiperrealidad, incluso con algún guiño al realismo mágico. Pero en "La farsa" la solución es un giro doble de ironía: nunca sabremos quién había vivido más falsamente, el Pastor Kalus Hansen o el Doctor Jesen y su amante, la mujer del pastor. Quién es más falso, ¿el que engaña a un vecino con su propia esposa y le dan un hijo bastardo o el que simula perdón y destruye el pensamiento y la concepción moral de el hijo tras conocer que no era el suyo propio?
Como casi todos los cuentos de Jiménez Lozano, los de este libro exigen del lector sosiego. Sólo desde esta actitud, puede entrar en la profundidad de lo que se narra; me atrevería a decir que sólo así se puede vivir en la verdad de lo que son las cosas. Por eso, cuando nos acercamos a estas historias desde nuestras prisas o nuestros propios intereses, es como si su sentido se ocultara y nos resultan banales o tontas.