Cuando una vieja escritora acostumbrada a mentir y una joven librera empeñada en saber la verdad se encuentran, regresan los fantasmas del pasado, los secretos de una familia marcada por el exceso, las cenizas de un incendio memorable y el perfil de un ser extraño que aparece y desaparece tras las cortinas de una mansión.
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Esta primera novela de la escritora inglesa Diane Setterfield (1964) recupera la tradición decimonónica de novelas-río donde todo queda claramente planteado, desarrollado y bien atado. Las continuas referencias a Austen, las Brönte, Collins, Eliot y Dickens son pistas claras del tono del libro. No falta de nada: mansiones destruidas por el fuego, separaciones, fantasmas, bodas, cementerios, bibliotecas, cartas, diarios, mensajes cifrados... y, por supuesto, secretos y revelaciones. El lector quiere saber y es arrastrado de un capítulo a otro. Entre tanto vaivén no se descuida la profundización en los personajes y en sus relaciones.
Lamentablemente la autora se separa de sus maestros al plantear el contenido de su historia: la mayoría de los protagonistas son seres que están a un paso de la locura. No se describen sus frecuentes comportamientos enfermizos y morbosos, pero están siempre presentes, configurando una atmósfera de irracionalidad y abandono que disgustará a cualquier lector mínimamente sensible.