Ignacio Carrión comenzó a trabajar para la agencia de noticias EFE, en Londres, el año 1969. Después en Prensa Española (Blanco y Negro, ABC), en Londres y San Francisco. Abandona ABC para integrarse en Grupo 16 como corresponsal en Washington. En esta ciudad se rompe su matrimonio; su esposa y sus tres hijos quedan a vivir en Norteamérica. Carrión vuelve a España para trabajar como corresponsal volante de EL País. Son miles de kilómetros recorridos por todo el mundo para realizar reportajes y entrevistas, frecuentemente de contenido cultural y literario. Escritor compulsivo, el autor siente la necesidad de volcar en un diario su itinerario personal y sus opiniones íntimas. Los Diarios tienen una finalidad terapeútica; Carrión comenzó a escribirlos en 1961, cuando, a los veintitres años, empezó a psicoanalizarse; desde entonces serán los testigos y confidentes de su depresión, ansiedad y de sus ansias inalcanzadas de felicidad que sólo logra burlar leyendo y escribiendo. El autor vuelve sobre su infancia y especialmente a la figura de su madre, enferma mental y alcohólica, como causa de sus desequilibrios y ansiedades. A raíz del divorcio su tono se vuelve cada vez más amargo (no estoy seguro que trabajar en El País no acentúe esa amargura). Ignacio blasfema de dios y de los hombres. Un rayo de luz atraviesa los Diarios en esta etapa, el reencuentro con su padre, anciano, una vez que ha desaparecido el obstáculo de la madre. Si los Diarios nos introducen en la psicología de su autor también lo hacen en la cultura de una época. Ignacio es lo suficientemente independiente para no militar en ningún partido político (odia a Franco, insulta a Felipe y a Guerra, desprecia a Aznar), pero sus opiniones coinciden con lo que conocemos como progresismo: Dios no existe, nuestra libertad no tiene límites, las desigualdades son la causa de todos los males del mundo y el mayor mal es la pena de muerte, en Occidente y especialmente en los USA. Es una ideología que no compromete en lo personal, pero que funciona como anestésico de la conciencia y postulado pseudo-ético para juzgar a todo y a todos menos a uno mismo. En sus Diarios Carrión levanta acta de lo que ha sido la opinión dominante en España durante cuatro décadas y de su evolución. Pondría como ejemplo de evolución el juicio que le merecen ETA y el problema vasco. Como escribe para sí mismo Carrión hace afirmaciones y descalificaciones tajantes que no necesita justificar. En este sentido el libro sólo es recomendable para quien sepa distanciarse de las opiniones del autor. Por último señalar que el libro, a pesar de su extensión, se lee de forma relativamente fácil a causa de la división en años y fechas. Curiosamente, porque no es una biografía, son los elementos humanos que figuran en la obra los que le proporcionan unidad: la infancia y juventud del autor, el primer matrimonio, los hijos, el padre anciano, el segundo matrimonio y el movimiento frenético del autor como una constante; el resto, por muy importante que parezca en su momento, son anécdotas que quedan en el papel y no se guardan en la memoria. Literaria e históricamente sólo valen, en su conjunto, como el telón de fondo de una vida. El subtítulo, "La hierba crece despacio" resulta innecesario; da a entender que nos encontramos frente a una obra literaria y no frente a lo que realmente es, unos Diarios de los cuales afirma el autor que no han sido modificados ni reelaborados desde que se escribieron.
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Ignacio Carrión comenzó a trabajar para la agencia de noticias EFE, en Londres, el año 1969. Después en Prensa Española (Blanco y Negro, ABC), en Londres y San Francisco. Abandona ABC para integrarse en Grupo 16 como corresponsal en Washington. En esta ciudad se rompe su matrimonio; su esposa y sus tres hijos quedan a vivir en Norteamérica. Carrión vuelve a España para trabajar como corresponsal volante de EL País. Son miles de kilómetros recorridos por todo el mundo para realizar reportajes y entrevistas, frecuentemente de contenido cultural y literario. Escritor compulsivo, el autor siente la necesidad de volcar en un diario su itinerario personal y sus opiniones íntimas. Los Diarios tienen una finalidad terapeútica; Carrión comenzó a escribirlos en 1961, cuando, a los veintitres años, empezó a psicoanalizarse; desde entonces serán los testigos y confidentes de su depresión, ansiedad y de sus ansias inalcanzadas de felicidad que sólo logra burlar leyendo y escribiendo. El autor vuelve sobre su infancia y especialmente a la figura de su madre, enferma mental y alcohólica, como causa de sus desequilibrios y ansiedades. A raíz del divorcio su tono se vuelve cada vez más amargo (no estoy seguro que trabajar en El País no acentúe esa amargura). Ignacio blasfema de dios y de los hombres. Un rayo de luz atraviesa los Diarios en esta etapa, el reencuentro con su padre, anciano, una vez que ha desaparecido el obstáculo de la madre. Si los Diarios nos introducen en la psicología de su autor también lo hacen en la cultura de una época. Ignacio es lo suficientemente independiente para no militar en ningún partido político (odia a Franco, insulta a Felipe y a Guerra, desprecia a Aznar), pero sus opiniones coinciden con lo que conocemos como progresismo: Dios no existe, nuestra libertad no tiene límites, las desigualdades son la causa de todos los males del mundo y el mayor mal es la pena de muerte, en Occidente y especialmente en los USA. Es una ideología que no compromete en lo personal, pero que funciona como anestésico de la conciencia y postulado pseudo-ético para juzgar a todo y a todos menos a uno mismo. En sus Diarios Carrión levanta acta de lo que ha sido la opinión dominante en España durante cuatro décadas y de su evolución. Pondría como ejemplo de evolución el juicio que le merecen ETA y el problema vasco. Como escribe para sí mismo Carrión hace afirmaciones y descalificaciones tajantes que no necesita justificar. En este sentido el libro sólo es recomendable para quien sepa distanciarse de las opiniones del autor. Por último señalar que el libro, a pesar de su extensión, se lee de forma relativamente fácil a causa de la división en años y fechas. Curiosamente, porque no es una biografía, son los elementos humanos que figuran en la obra los que le proporcionan unidad: la infancia y juventud del autor, el primer matrimonio, los hijos, el padre anciano, el segundo matrimonio y el movimiento frenético del autor como una constante; el resto, por muy importante que parezca en su momento, son anécdotas que quedan en el papel y no se guardan en la memoria. Literaria e históricamente sólo valen, en su conjunto, como el telón de fondo de una vida. El subtítulo, "La hierba crece despacio" resulta innecesario; da a entender que nos encontramos frente a una obra literaria y no frente a lo que realmente es, unos Diarios de los cuales afirma el autor que no han sido modificados ni reelaborados desde que se escribieron.