Benedicto XVI en su tercera encíclica, aborda con realismo y esperanza los problemas creados por la crisis financiera, por la falta de instituciones internacionales capaces de reformar la ineficacia burocrática que alarga el subdesarrollo de muchos pueblos y por la falta de ética de muchas mentalidades que predominan en las sociedades opulentas.
´Es necesario - dice el Papa - que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los humanos, sin distinciones ni discriminaciones´.
´Lo que produce estas situaciones es la razón oscurecida del hombre, no el medio en cuanto tal. Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social´.
´El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es resultado de nuestro esfuerzo sino un don´.
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La encíclica "Cáritas in veritate" tiene un objetivo ambicioso: relacionar la moral social con la verdad intelectual y el intelecto con el sentido de la vida del hombre sobre la tierra. Es un paso más en la lucha de Benedicto XVI contra el relativismo; el desconocimiento de la verdad objetiva impide el correcto funcionamiento de la "ciudad de los hombres", de la sociedad humana. La humanidad en su conjunto y cada hombre en particular tienen una vocación en esta tierra en la que hemos sido colocados: el desarrollo de la entera sociedad humana a través de unas relaciones de amor o, como dice el Pontífice, "de gratuidad, misericordia y comunión". Para tratar del desarrollo Benedicto XVI empieza recordando la encíclica de Pablo VI "Populorum progressio", sobre el desarrollo de los pueblos. Hoy asistimos a un fenómeno al que llamamos globalización, que se refiere a las relaciones de interdependencia y conexión entre todos los pueblos de la tierra; conexión económica, cultural y moral. Han aparecido problemas nuevos como el "hecho diferencial religioso" como excusa para la violencia o el desprecio de la vida humana desde la concepción hasta su término por causas naturales. El hambre no ha desaparecido y sobre todo el aumento de la "pobreza relativa", aquella que surge de la comparación entre los niveles de bienestar de unos y otros, tienden a erosionar la cohesión social. A partir del Capítulo III el Pontífice desarrolla un verdadero tratado de Ética social en el que profundiza en los aspectos éticos y morales de la economía, el comercio internacional y el cuidado del medio ambiente entre otros extremos. Recalca que los derechos individuales y colectivos no pueden separarse de los correspondientes deberes y que la economía y la misma demografía están compuestas de infinitas decisiones morales individuales. La existencia de un sector público no puede sustituir a la opción de cada hombre y cada mujer en favor de la gratuidad, el don de sí mismo y la solidaridad. El Pontífice hace un largo excurso sobre la "mentalidad tecnológica", que quiere sustituir la verdad y la moral por la ciencia y los avances científicos, y recuerda que la ciencia todavía no ha sido capaz de explicar el paso de la nada al ser, o que la casualidad no basta para justificar la aparición de criaturas inteligentes sobre la tierra. Hay un Creador, hay una ley natural escrita en los corazones de los hombres, un alma humana y una relación íntima – la vida espiritual- entre la creatura y su Creador. Benedicto XVI hace un gran número de afirmaciones, como de pasada, que sin embargo tienen un gran alcance, pero será el lector el que tenga que descubrirlas por sí mismo. No se trata de cosas nuevas, aunque haya aportaciones teológicas, sino de una nueva síntesis y actualización de algo que deberíamos tener siempre presente: la vida del hombre sobre la tierra como vocación y cumplimiento de la voluntad divina.