De un tiempo a esta parte, cuando veo
que la gente se saluda con un abrazo, miro, sorprendida, que se "masajean" la espalda. Al habitual cruce de brazos, en el que las manos van
a caer en la zona superior de la espalda, se une un movimiento hacia arriba y
hacia abajo del brazo que queda, tras la primera aproximación, en la
retaguardia del saludado. En realidad, al observarlo, me sorprendo sólo un
poco. La necesidad de contacto, y por tanto de tacto, es cada vez más patente
en nuestro medio.
Es lugar común decir: "si no lo veo no
lo creo, si no lo toco con mis propias manos". Si algunos supieran la
procedencia de la sentencia y el desenlace, tal vez la usarían con más recato.
Si tuvieran noticia de ello no lo dirían con tanta frecuencia, visto el
resultado que tuvo la primera vez que se pronunció.
El tacto, el contacto, se hace imprescindible
en tiempos de crisis como el nuestro. Es más, considero que ha de educarse la
vista, el tacto, el oído, las manos, los ojos, el sentimiento, la imaginación y
la postura. Considero que ha de educarse el pasado y el futuro, sobre
todo hay que educar en el presente. ¿Qué sentido tendrá educar tantas y tantas
cosas? Intentaré decir algunas evidencias.
Un niño recién nacido sobrevive por el
tacto, por el contacto delicado con su madre –¡Dios
quiera que sea su madre!-. El tacto, el calor que desprende el regazo es
condición de seguridad, de confiada estabilidad del pequeño. Conviene recordar
que el hombre nace extremadamente indefenso y extremadamente amable –digno de
ser amado-. Es propio de la persona inclinarse ante el llanto del niño; no sólo
adelantar la vista, sino también los brazos, las manos, acurrucar a quien
contemplamos que, inocente, sufre cualquier cosa. Es más, es adecuado que ante
la visión del pacífico sueño de un niño, surja una leve sonrisa. El afecto
tiene una dimensión táctil: la
ternura. Ciertamente,
cuando nos encontramos ante la cuna de un niño hablamos de ternura: saber y
sentir lo tierno, blando y mullido.
¿Y si no fuéramos capaces de percibir
la suavidad que habita, hasta sin ser tocada, en todo niño, en todo joven, en
todo anciano? ¿Y si la contemplación del llanto no provocara la inclinación, el
deseo de mecer a un niño? ¿Y si no supiéramos sostener al inclinado en la tristeza
con un abrazo, rellenando la ausencia de contacto que, sin duda, sufrió?
¿A qué esa inseguridad, ese deseo de
ser sostenido por manos pasajeras casi permanentemente? ¿A qué esas costumbres
sociales que denotan vacíos en el ser abrazados, cuando ya somos mayores,
cuando hemos de abrazar a los que no tienen a nadie?
Considero que la educación del tacto,
de la capacidad de dar, de darse en las manos y en los brazos al indefenso, al
frágil, es condición de humanidad.
Consuelo
Martínez Priego
Prof. Antropología Filosofía
J. Rof Carballo, Violencia y Ternura, Austral, Madrid,
1997 (3º Edición)
http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=5143
L. Polo, Ayudar
a crecer, Eunsa, Pamplona 2006.
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Jaque Tati , Mon Oncle.,
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http://perso.orange.fr/ecole.chabure/cinema/accueil_mononcle.htm