Shaul, Shaul, lámmah
ántha radef lí? ¡Saulo, Saulo! ¿por
qué me persigues?
Y
todo cambió en la vida de joven perseguidor de la secta del Nazareno.
Saulo lleva al nombre del primer rey de Israel y había nacido en Tarso
de Cilicia, una populosa ciudad con muchos miles de habitantes situada al sur
de la península de Anatolia, hoy Turquía, y en el seno de una
familia judía. A los cinco años frecuentaba ya la Casa del libro
o escuela de la sinagoga para iniciarse en el aprendizaje de la Ley de Israel.
Diez años más tarde, cuando tenía quince, marchó a
Jerusalén para ser instruido en la exacta observancia de la Ley de sus
padres, a los pies del rabino Gamaliel. Y veinte años más tarde
recorre veloz los 250
kilómetros desde Jerusalén a Damasco para
acabar con aquella nueva secta. Corría mucho pero fuera del camino, que
diría Agustín el obispo de Hipona. Y Dios le puso la zancadilla,
cerrando momentáneamente sus ojos para que pudiera abrirlos a la
realidad de la fe cristiana. Descubrió así que Jesús se
identifica con su Iglesia y que contaba con él para la misteriosa
revolución que había consumado en una Cruz plantada en el
Calvario.
Los
diarios de sus viajes están al alcance de cualquiera en los Hechos de
los Apóstoles y en sus cartas, mostrando con realismo que la
difusión del Evangelio no es tarea para gente timorata. Buena
ocasión es este Año Jubilar para leer despacio estas Actas de sus
viajes en el contexto de la primera expansión de la Iglesia desde el Cenáculo
en Jerusalén, como si fuera una inmensa reacción en cadena que
beneficiará al corazón de los hombres para siempre. Pablo
pisó tierras europeas en su segundo viaje al llegar a la ciudad de
Filipos en Macedonia y allí prendió la fe en Lidia, vendedora de
púrpura y temerosa de Dios. Pero enseguida Pablo comprobó que la
libertad religiosa deja mucho que desear y acabó con sus huesos en el
calabozo cuando alguno vio peligrar su negocio de adivino y sublevó a la plebe. A medianoche
mientras oraba junto con su compañero Silas se abrieron milagrosamente
las puertas de la cárcel y el propio carcelero reconoció que Dios
estaba interesado en el asunto llegando a bautizarse con toda su familia.
El
logotipo de este Año Paulino se compone del Evangelio como libro abierto
para quien lo quiera leer, con la cruz al principio de una página y la
llama del amor en la otra. En
medio está la espada, el instrumento del martirio de Pablo. Y todo
está rodeado por una cadena de nueve eslabones en la que podemos ver las
trabas que los hombres ponemos a las palabras de Dios, pero también la
fuerza indestructible de la comunión en la fe de Jesucristo. De hecho es
la reliquia más importante que conservamos del Apóstol de la
Gentes pues estuvo sujeto a ella entre el año 61 y el 63.
Benedicto
XVI ha inaugurado con solemnidad el Año Paulino, que va del 29 de junio
de 2008 hasta la misma fecha del 2009. Y resumía su vida de
Apóstol como: «Maestro de los gentiles, apóstol y heraldo
de Jesucristo: así se define a sí mismo con una mirada
retrospectiva al itinerario de su vida. Pero su mirada no se dirige solamente
al pasado. "Maestro de los gentiles": esta expresión se abre
al futuro, a todos los pueblos y a todas las generaciones».
En
el segundo milenio de su nacimiento celebramos el Año Paulino para
aprender algo de un santo excepcional y un líder humano sin precedentes,
que contagió la aventura maravillosa de una vida comprometida con la fe
aquel día que Jesús le puso la zancadilla camino de Damasco.
Jesús
Ortiz López
Doctor
en Derecho Canónico
Para leer más:
Dreyfus,
Paul (2007) Pablo de Tarso,
Madrid, Palabra
Holzner, Josef (1989) San
Pablo, Madrid, Herder