No
se trata de hablar sólo de Barack Obama, pues tiempo habrá para comprobar su
aterrizaje desde la poesía a la vida real, por ejemplo, cuando se trata de la
vida de los abortados. Se trata, por ahora, de observar la capacidad del pueblo
norteamericano para unirse con esperanza ante un proyecto común. De fijarse
cómo actúan los políticos en una democracia consolidada, y ver las
responsabilidades que les exigen los ciudadanos. Y también los españolitos
podemos vislumbrar cómo se vive la aconfesionalidad en un Estado moderno, que
acepta a Dios como lo más natural del mundo.
Algunas diferencias
Resulta
inevitable comparar lo que hace un país joven con lo que hacemos en un país
viejo como España. Muy poco nos parecemos en las formas y menos en el fondo.
Allí prima la mano tendida a la anterior administración, mientras aquí triunfa la
puñalada trapera o la riña a garrotazos, que no ha sido inventada por Goya.
Allí Obama reconoce que sufren una fuerte crisis económica, y aquí el presidente
Rodríguez Zapatero la negaba antes, en, y después de su última toma de
posesión, mientras acusaba de antipatriotas a los que venían avisando. Allí la
gente tiene el orgullo colectivo de ser la gran nación norteamericana, mientras
aquí los separatismos catalán, vasco y gallego, siguen sus querellas tribales
contra la nación española. Allí la bandera de barras y estrellas es venerada
con respeto, y aquí Rodríguez Zapatero la ha despreciado, propiciando que otros
sigan su mal ejemplo, con esa bandera y sobre todo con la bandera roja y gualda
de España. Allí el presidente Obama jura sobre la Biblia de Thomas Jefferson y
se ha rezado a Dios, incluso un Padrenuestro completo, respondido respetuosamente
por dos millones de personas. Pero aquí los altos cargos prometen haciendo
ascos al crucifijo, y la administración hace cuanto puede para proscribir a
Dios de la vida pública, preparando ahora su nueva Ley de libertad religiosa.
Respetar la historia
Todo
esto indica que somos un país viejo en las malas costumbres, en la falta de
categoría de los gobernantes y políticos, o en mirar al pasado con memorias
históricas rencorosas. Pero lo peor es renegar de «las verdades evidentes en sí
mismas: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su
Creador de ciertos derechos inalienables, tales como el derecho a la vida, a la
libertad, y a la búsqueda de la felicidad» como ha proclamado Barack Obama
recordando palabras de Jefferson. Palabras de verdad y no palabras vacías que
se lleva el viento.
El
pueblo norteamericano y su democracia tendrán muchos defectos, pero todavía
pueden dar lecciones a los pueblos en decadencia, porque creen en Dios y lo
respetan; están orgullosos de su democracia y rechazan eficazmente la mentira;
y por ello son capaces de mirar al futuro estando bien unidos en un proyecto
común.
Jesús
Ortiz López
Doctor
en Derecho Canónico