Hay muchas ecologías. Una de ellas denuncia la peligrosa actuación humana contra la naturaleza, considerando al hombre como el gran depredador. Otra hipostatiza a la Madre Tierra hasta idolatrarla como sustitución mítica del Dios judeo-cristiano. Otra está alimentada por ideologías dialécticas contrarias al desarrollo del Occidente democrático. Otra está compuesta por activistas mercenarios que sirven a poderosos y oscuros intereses internacionales. Y todas ellas coinciden en sus planteamientos pragmáticos con falta de perspectiva pues los árboles no les dejan el bosque. Si alguna vez aciertan en el diagnóstico no son capaces sin embargo de plantear acciones terapéuticas eficaces.
La encíclica del Papa Francisco está en otra órbita de nivel ético y trascendente pues está sostenida por la fe en Dios Creador del universo, Dios con mayúscula y universo o tierra con minúscula, porque la fe distingue nítidamente entre el Creador único de las criaturas contingentes que han recibido el ser. Un Dios personal que ha creado al hombre a su imagen y semejanza, después de haber preparado esta tierra como hábitat para llegar a su plenitud colaborando con la pasión creadora como administrador de tantos bienes recibidos en beneficio de todos los hombres que han sido, son y serán. Es una responsabilidad ecológica universal a lo largo de toda la historia. Porque la fe tiene eso: una visión a la vez universal y particular; del pasado, del presente y del futuro; por encima de ideologías, culturas y razas; que descubre el valor divino de lo humano. En suma, una percepción trascendente e integradora que no aleja de la realidad sino que la llega a conocer en profundidad y puede trabajarla con responsabilidad buscando el bien común. Son nociones claramente cristianas fácilmente compartidas por cualquier persona racional.
Habla el Papa de una ecología integral en consonancia con la antropología cristiana y la misión liberadora de la Iglesia, que aporta una concepción integral y trascendente de la persona, cuerpo y espíritu, con una historia irrepetible que traspasa el umbral de la eternidad. Esta concepción integral de la ecología se apoya en el Evangelio de la Creación al que dedica la segunda parte, después de presentar lo que está pasando. Al dato sigue la aportación del pensamiento judeo-cristiano: menciona la luz de la fe; la función de cada criatura en armonía con la creación; la sabiduría contenida en los relatos bíblicos; y sobre todo una bella referencia a la mirada de Jesús sobre el mundo.
No duda el Papa en animar a una conversión ecológica que arranca de cada persona y se extiende a la sociedad para cambiar paradigmas impropios sobre el ser humano, la familia, el consumo y las relaciones sociales, y en consecuencia cambiar pautas de comportamiento perjudiciales para todos a medio y largo plazo. Todo estará en armonía cuando cada uno sepa estar en su sitio: es la principal sabiduría de la ciencia, de la cultura, y de la religión, como muestran los libros de la Biblia. Ahora se trata de leer esta nueva encíclica y pensarla. Tarea de verano.
Jesús Ortiz