Para el franquismo, la República era la enemiga del patrimonio y de la religión, cuyo poder estaba controlado por los "rojos", y en su territorio dominaba la barbarie, el caos, la iconoclasia y el robo de los bienes patrimoniales. Sin embargo, esta acusación, que mantendría con insistencia machacona durante toda su existencia, escondió durante décadas la labor de salvaguarda republicana de las obras de arte y su destino en la inmediata posguerra.