En septiembre de 1812 el ejército de Napoleón, extenuado por los combates y el hambre, entra en Moscú. La ciudad, que los rusos han evacuado, se encuentra devastada y es pasto de las llamas. Por fin, y tras más de un mes de tensa espera, el emperador decide replegarse, pero el frío glacial, el hostigamiento de los cosacos y la falta de víveres convierten la retirada en una trampa mortal.