El conde de Glenthorn fallece dejando a su joven heredero su título y una enorme fortuna que puede disfrutar sin ningún tipo de supervisión. El joven conde se entrega sin control a las diversiones y vicios de moda (juego, amoríos, etc.) pero, incluso mientras disfruta de todos ellos, se siente permanentemente cansado e insatisfecho sin saber por qué. Aunque es un hombre de buenas cualidades, nadie lo aprecia porque jamás se encuentra en una situación que le obligue a ejercerlas. Se casa sin amor con una desdichada esposa que, harta de él, se fuga con el administrador de las tierras.