En un balneario casi vacio coinciden durante unos días un anciano y una señora con una hija joven, poco agraciada, mústia y pálida.
Por una especie de pena mezclada con compadecimiento y travesura senil, el anciano deja una nota amorosa anónima dedicada a la joven debajo de su servilletadel comedor.
La joven se azara, mira, se pone nerviosa, máxime cuando recibe las siguientes.
La joven mústia empieza a despertar y le salen los colores, anda más liviana, vigila, pero no descubre a nadie.