Frente al panteísmo, que diviniza toda la naturaleza, o el dualismo que señala un doble principio bueno-malo, la Iglesia recuerda que el mundo no es Dios pero tiene su origen en el amor creador. De modo singular sobresale la realidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Ese dogma es imprescindible para entender la realidad del hombre tanto en su origen como en el fin para el que ha sido creado.