Desde su nacimiento, la filosofía ha proyectado una sombra: el escepticismo. Sombra especialmente densa cuando el cuerpo que la proyecta es la filosofía griega. Tan lejos llegaron los escépticos antiguos en su diatriba contra el dogmatismo que rechazaron por igual a los dogmáticos afirmativos, que dicen que se puede conocer, como a los negativos, que niegan que se pueda conocer. Con esa forma de razonar, aspiraban a que el entendimiento se quedara «en suspenso» y lograra así la calma.