Desde la condena a la ignominiosa crucifixión, el Reo dejó de ser persona y le fue negada su condición humana, pasando a ser una "cosa" carente casi hasta del mínimo derecho a un pequeño gesto de compasión. Como tal cosa fue tratado por los verdugos, quienes, con profesionalidad, manejaron hábilmente y sin piedad su cuerpo hasta dejarlo bien enclavado en la Cruz, en la que padeció como nadie ha podido hacerlo: de forma sobrehumana pues era – ¡es!– Dios y no quiso ahorrarse sufrimiento alguno.