Desde niño, Rao Pingru tenía talento para la pintura. Nunca asistió a clases, pero le gustaba dibujar figuras e ideogramas en un mundo sujeto al imperio de los signos: la escritura, la caligrafía y la ilustración con tinta y acuarela. Cuando en 2008, su esposa fallece a causa de una enfermedad, la única forma que encuentra Pingru de apaciguar el dolor lacerante es dejar a sus nietos constancia de sus recuerdos por escrito y en forma de dibujos. Cuatro años después, esa veintena de cuadernos dieron cuerpo a este libro extraordinario.