Un hombre cualquiera mata un día a su mujer en un arrebato de pasión. En principio, le acogen con simpatía los psicoterapeutas que las instituciones judiciales le adjudican para «ayudarle», en una sociedad que niega la responsabilidad individual y que procura borrar en él toda memoria. Despojado de las bases mismas de su existencia, el hombre va enloqueciendo en su frustrado intento de probar a los que supuestamente le ayudan que sí es culpable, que sí se hace responsable de sus actos.