En el atardecer de su vida, Brígida Pian había descubierto finalmente que no era necesario parecerse a un servidor orgulloso, preocupado de contentar al patrono pagando su deuda hasta el último céntimo, y que nuestro Padre no espera que seamos contables minuciosos de nuestros méritos. Ella sabía ahora que no importaba tener méritos, sino amar.