El mundo europeo de los siglos xvi y xvii estuvo marcado por el ascenso de los Estados Modernos y los procesos de confesionalización religiosa y disciplina social en el marco de la fractura entre católicos y protestantes. Europa y sus territorios coloniales se cubrieron de tribunales encargados de vigilar la ortodoxia de los fieles, sus creencias y sus acciones, en un amplio despliegue de reforma social y moral. Se trataba de juzgar la fe y castigar el pecado.