La sexualidad -afirma el cardenal Ratzinger en la Introducción de este libro- no es una facultad humana cualquiera, sino un don que hay que respetar de acuerdo con la intención del Creador, que ha querido dar al hombre la posibilidad de expresar la riqueza de su ser. En este campo delicado, más que en ningún otro, la conducta humana no puede fragmentarse dejándose arrastrar por cualquier solicitación del momento, sino que debe adecuarse a la estructura profunda de su ser, para poder crecer en la plenitud de la comunión personal.