Por su constitución física, sus aptitudes para la imitación y su relativa disposición al adiestramiento, el mono siempre ha estado presente en las sociedades humanas, visto como una curiosidad o un adorno, casi un chiste. Pero, desde que a mediados del siglo XIX las teorías de Darwin fundamentaron científicamente nuestro parentesco, adquirió una dimensión inesperada, dramática, objeto de todo tipo de fabulaciones, ironías y pesadillas.