El 2 de octubre de 1928 Dios hizo ver al joven sacerdote Josemaría Escrivá algo que esperaba de él: que se dedicara a una institución de laicos y clérigos que habían de buscar la santidad y dedicarse al apostolado en medio del mundo, a través de un trabajo profesional o labor equivalente. Don Josemaría vio con claridad lo que Dios quería, pero había una dificultad: Una Institución como aquella no existía ni estaba prevista en el Derecho de la Iglesia católica.